Imaginé a los señores de la morgue recoger mis restos y luego tratar de armar nuevamente mi cabeza, como si fuera un rompecabezas, mientras me preparaban para mi velorio.
Me imagine a mis familiares y amigos llorando frente a mi urna, que siempre se mantuvo cerrada debido a lo horrible que había quedado después de que me hubieran cosido y pegado nuevamente mi cabeza, a la cual todavía le faltaban pedazos de piel y carne que no se pudieron recuperar.
Me imaginé el entierro en un día lluvioso, donde todos se salpicaban sus zapatos negros brillante de barro opaco y sucio.
Y cuando imaginé que todo había acabado y que ya estaba tres metros bajo tierra, me di cuenta de que ya no me dolía la cabeza.
Fin.
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