Sobre la cima de la colina central de una pequeña isla desierta del océano atlántico, había un gran árbol cargado con decenas de suculentas y provocativas manzanas rojas que relucían ante los imponentes rayos del sol y que marcaba la diferencia al ser el único manzano sobre la isla.
Un día, durante una fresca tarde de verano, una fuerte brisa tumbó una de las apetitosas manzanas del árbol y la fruta rodó sobre el verde pasto, hasta que se detuvo al borde de un pequeño riachuelo que corría incansablemente colina abajo.
Minutos más tarde, una gran tortuga que había divisado la apetitosa fruta intentó morderla con sus lentos movimientos, pero solo logró empujarla dentro del río.
La manzana floto sobre las agitadas aguas durante un largo rato hasta que se estrelló a toda velocidad contra una roca que sobresalía del río y salió volando hacía la orilla, donde aterrizó y rodó hasta adentrarse entre los otros árboles de la pequeña isla.
Cuando finalmente se detuvo, un par de pajarillos hambrientos se dirigieron a ella y empezaron a picotearla ruidosamente, lo que llamó la atención de un gato salvaje que por allí pasaba y que intentó cazarlos dando grandes zarpazos.
Como se podrán imaginar, la magullada manzana recibió uno de estos zarpazos del felino y salió rodando de nuevo entre los árboles, sin detenerse hasta que se tropezó con una serpiente dormida que, al despertarse enfurecida, la golpeó tan fuerte con su cuerpo que la mandó a rodar de nuevo.
La manzana siguió rodando hasta que cayó por un pequeño precipicio y aterrizó entre una enredadera llena de espinas que no dejaron que ningún animal se acercase a ella. Allí, la fruta pasó días hasta que se pudrió y se llenó de gusanos, los cuales la devoraron sin dejar más que sus semillas.
Las semillas, gracias a los calurosos días de verano, pronto se secaron y permanecieron inertes por meses hasta que la temporada de lluvia llegó y, debido a las terribles tormentas que azotaron la isla, quedaron sepultadas bajo el lodo y la tierra mojada.
Sin embargo, un día, después de todo lo que había pasado, las semillas de la manzana germinaron y un pequeño tallo brotó entre la enredadera de espinas, que con el pasar de los años, a pesar de todas las adversidades, creció y creció hasta convertirse en el segundo gran manzano de la isla.
De tal forma, con el pasar del tiempo y el repetir de esta historia, de uno en uno, cientos de manzanos crecieron sobre toda la isla hasta convertirla en lo que es hoy en día.
Fin.
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