Había una vez un Príncipe, que se llamaba Ru, que, una noche, cuando echó de su recámara privada a un cuervo horrible, éste, que no era más que un malvado hechicero convertido en cuervo, le lanzó una maldición que hacía que el Príncipe Ru se convirtiera en mujer tan pronto se ocultara el sol.
Manteniendo su maldición en secreto, el Príncipe Ru, sólo salía de su recámara de día y regresaba a ella antes de que se ocultara el sol.
Un día, después de varios años de haber sido maldito, el Príncipe Ru, cansado de pasar todas sus noches encerrado en su recámara, decidió ir, cómo Princesa, al gran baile de cumpleaños del Príncipe del reino vecino.
El Príncipe del reino vecino, que se llamaba Eric, se enamoró a primera vista de la Princesa Ru, tan pronto la vio entrar en sala de baile, e ignorando a todas las demás princesas y duquesas que habían asistido a su cumpleaños, el Príncipe Eric bailó todo la noche con la Princesa Ru, y antes de que saliera el sol y ésta se marchara, le regaló una pequeña cadena de oro como símbolo de su amor.
Al amanecer, cuando el Príncipe Ru llegó a su habitación, se lanzó a su cama a llorar, confundido, porqué a pesar de ser hombre, también se había enamorado del Príncipe Eric, y entre sollozos se quedó dormido apretando fuertemente en su mano derecha la cadena que le había regalado.
Un poco después del mediodía, el Príncipe Eric, llegó al castillo del Príncipe Ru preguntando por la Princesa; pero cuando el Rey, padre de Ru, le dijo que él no tenía ninguna hija, y que solo tenía un hijo, el Príncipe Eric se negó a creerle.
El Rey, para demostrarle al Príncipe Eric que decía la verdad, mandó a llamar a su hijo, quien seguía dormido en su recámara privada.
Pero cuando el Príncipe Ru se presentó ante ellos, medio dormido; a pesar de lo despeinado y lo hinchado que tenía los ojos de tanto llorar, el Príncipe Eric, que reconoció en él la cadena de oro que guindaba de su cuello y los ojos de la Princesa con la que había bailado la noche anterior, corrió hacía él y le dio un gran abrazo y un tierno beso en los labios.
El Rey, a ver a su hijo besándose con otro hombre, ordenó, furioso, a los guardias reales, que los separaran, que encarcelaran al Príncipe Eric en las mazmorras de su castillo y que encerraran a su hijo en su recámara privada.
De regreso en sus aposentos, el Príncipe Ru, se lanzó de nuevo sobre su cama a llorar, aún más confundido que antes, porque aparte de su amor prohibido, también lo confundía la reacción violenta de su padre.
De pronto, entre sollozos, el Príncipe Ru, escuchó un toqueteó en su ventana, y cuando la abrió para ver qué pasaba, un cuervo horrible entró volando en su habitación, soltó sobre la cama una daga que llevaba en sus patas y salió volando tan rápido cómo había entrado.
El Príncipe Ru, agradecido con el cuervo, por darle la solución a todo su sufrimiento y confusión, agarró la daga entre sus manos y la clavó sobre su corazón, muriendo instantáneamente.
Mientras tanto, en las mazmorras del castillo, el Príncipe Eric también lloraba, pero no de confusión, porque a él no le importaba que Ru fuera hombre, si no de rabia y frustración al no poder estar con el amor de su vida porque el Rey no entendía que el amor no tenía límites.
De pronto, entre los barrotes de la pequeña ventana que había en la mazmorra del Príncipe Eric, se coló en horrible cuervo, qué después de haber visto al Príncipe Ru quitarse la vida, le había sacado la daga de su corazón y llevándola entre sus patas, la dejó caer sobre el regazo del Príncipe Eric.
El Príncipe Eric, al entender su significado, soltó un gran grito de dolor, y se lanzó al piso abrazando fuertemente la daga, que todavía tenía rastros de sangre de su amado, sobre su pecho.
El cuervo esperó a que el Príncipe Eric, se clavara, también, su daga en el corazón; pero al ver que éste no lo haría, se fue volando, graznando ruidosamente.
A pesar de que el Príncipe Eric no le entregó su vida al cuervo, no pudo comer ni beber, el pan y agua que le daban en la mazmorra cada mañana, por el dolor y sufrimiento que sentía; y al cabo de una semana, murió con la esperanza de reencontrarse con su amor, el Príncipe Ru, en el más allá y ser felices en la eternidad.