Había una vez un Príncipe que era tan hermoso que todo el mundo lo veneraba por su belleza, así que el joven se tornó muy vanidoso y, pronto, impuso la regla de atender en su castillo solo a aquellos que aclamaran su beldad.
Un día, una hermosa bruja, que recién había llegado al reino, visitó el castillo del Príncipe para ponerse a sus órdenes, pero como no conocía el método del quisquilloso joven monarca, no se molestó en halagarlo al verlo, porque se imaginó que éste debía de estar aburrido de que todos le dijeran lo hermoso que era.
Sin embargo, el Príncipe, ofendido y enfurecido al no recibir su halago, expulsó a la bruja del castillo. Así que la bruja, confundida por la misteriosa reacción del Príncipe, cambió de forma y se convirtió en una viejita horrorosa para volver a intentarlo.
Una vez más, la bruja visitó al Príncipe y, al no alabar su belleza, fue expulsada del castillo, de nuevo, sin saber por qué. Hasta que el guardia que la escoltó hacia la salida, le aconsejó con un susurro: "Estimada señora, la próxima vez que venga al castillo, no olvide proclamar la belleza de nuestro Príncipe ante su presencia para que este pueda atenderla".
Horrorizada por la vanidad de aquel Príncipe tan apuesto, la bruja decidió enseñarle una lección y, cambiando de forma, esta vez por un joven aldeano, volvió a visitarlo.
Al entrar al castillo, el joven proclamó la beldad del Príncipe y, tal como le había dicho el guardia, este lo atendió inmediatamente. Así que cuando estuvieron a solas, la bruja retomó su verdadera y hermosa forma frente a los ojos del joven monarca y, reprimiéndolo por lo vanidoso que era, lo convirtió en una rana.
- ¡Y solo podrás volver a ser humano si una princesa de buen corazón te da un beso! -concluyó la bruja su maldición.
- ¡No! ¡Por favor! ¡No sea tan cruel! -suplicó el Príncipe, convertido en rana-. ¡Me veo horrible! ¡Por favor tenga piedad! ¡Concédame al menos una pequeña petición!.
- ¿Cuál? -inquirió la bruja, con desdén, considerando volver a convertirlo en humano si se lo pedía con humildad.
- Por favor, no me deje convertido en una rana verde y asquerosa -suplicó el Príncipe-. Por lo menos, conviértame en un especie de rana hermosa, de brillantes colores y esplendor.
- ¿Estás seguro de eso? -le preguntó la bruja, sorprendida por su vanidosa petición-. ¡Eso sellará tu destino!
- ¡Sí, estoy seguro! ¡Por favor! ¡Se lo ruego!
La bruja, entonces, convirtió al Príncipe en una hermosa y brillante rana dorada y se lo llevó a un pantanoso estanque lleno de ranas para que viviera entre los suyos.
Sin embargo, al ser la única rana dorada del estanque, el Príncipe estaba convencido de que, gracias a su hermoso color, llamaría la atención de cualquier princesa que pasara por allí y rompería la maldición.
Ese mismo día, una joven Princesa, que siempre había soñado con vivir un cuento de hadas, visitó el estanque y empezó a besar todas las ranas con la esperanza de encontrar a su príncipe de ensueño convertido en una.
De tal forma, cuando el Príncipe vio esto, dio un gran salto desde el fondo del pantanoso estanque hasta los pies de la Princesa para que esta rompiera la maldición. Pero, tan pronto la Princesa vio a la rana dorada a sus pies, recordó la advertencia de su tutor de biología y salió corriendo, gritando despavorida.
Y el Príncipe, a pesar de ser la rana más bella del estanque, tuvo que pasar el resto de su vida solo, porque tanto las ranas, como los otros animales, se alejaban de él debido a su hermoso, brillante y característico color dorado.
Fin.
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