Pero mientras el titiritero estaba afuera, la marioneta empezó a llorar desconsoladamente mientras miraba el cielo estrellado, y un gato callejero que se paseaba por el tejado de las casas escuchó su llanto.
- ¿Estás bien? -le preguntó el gato, acercándose.
- No, no estoy bien, estoy cansado -se quejó la marioneta, que guindaba de las cuerdas atadas a la cruz de madera que reposaba sobre la caja-. Estoy cansado de que el maestro haga conmigo lo que se le venga en gana, todo lo que hago es porque es su voluntad y no lo mía. Él me hace bailar, me hace cantar, me hace llorar, me hace pelear, me hace reír, me hace amar, me hace sufrir, pero yo nunca pedí nada de eso, estoy cansado de que con solo mover sus manos tenga el poder de manipularme y me haga actuar a su conveniencia solo para su entretenimiento y el de otros.
- ¡Vaya! No es fácil ser una marioneta -dijo el gato, sentándose a su lado.
- No lo sé, creo que el del problema soy yo -confesó la marioneta-. Mis demás hermanos están felices por que el maestro les da vida, sentimientos y acciones, pero yo... yo solo quiero ser libre.
- Lo siento mucho, ¿hay algo en que te pueda ayudar? -se ofreció el gato, lamiéndose los bigotes.
- No, no lo creo... aunque... espera... Eres un gato, ¿no?
- Miau
- Entonces, quizás tú podrías liberarme, ¿crees que podrías usar tus filosas garras para cortar estas cuerdas que hacen que mi maestro me manipule?
- Sí podría, -respondió el gato-. Pero, ¿qué harás una vez que seas libre?
- ¡No lo sé! Nunca lo había pensado, pero seré libre, podré hacer lo que yo quiera cuando quiera -meditó la marioneta-. Entonces, ¿me ayudas?
- Claro, porque no...
El gato entonces levantó una de sus patitas y, al contraer los músculos de sus dedos, unas filosas garras florecieron, las cuales utilizó para cortar las cuerdas que ataban a la marioneta, primero cortó la que sostenía el pie derecho, luego siguió al brazo derecho, después saltó al otro lado y cortó la del pie izquierdo y brazo izquierdo, hasta que quedó solo una, desde la cual guindaba la marioneta por su cabeza.
- ¿Estás seguro de esto? -le preguntó el gato, antes de cortar la última cuerda.
- Sí, por favor, libérame -aseguró la marioneta.
Acto seguido, el gato cortó la última cuerda y la marioneta se desplomó sobre el alféizar de la ventana y cayó sobre el techo de unas casas abajo de donde estaba con un gran estruendo que espantó al gato y lo hizo salir corriendo, dejándola olvidada.
Afortunadamente, la marioneta no sintió nada, pero cuando intento levantarse, descubrió que a pesar de ser libre, su cuerpo no tenía vida sin las cuerdas que le daban movimiento cuando su maestro las movía con sus manos. Así que permaneció allí, inerte y sin sentimientos, bajo el sol inclemente en los días de verano y cubierto de fría nieve durante el invierno, cuestionándose si esa era la libertad que tanto había soñado.
Fin.
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