1151 - La Puntiaguda Nariz de la Bruja.

Sir Helder Amos | martes, octubre 31, 2017 |
Al igual que le pasó a Sansón con su cabello, cuando la bruja despertó de su rinoplastia, descubrió que había perdido sus poderes.

Fin.

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1150 - La Autopsia de la Bruja.

Sir Helder Amos | domingo, octubre 29, 2017 |
Con el plan de probar que las brujas no existían, cuando cayó la noche, un par de alquimistas se aprovecharon de la oscuridad y se robaron el cuerpo de la mujer que habían ahorcado esa mañana por brujería y que aún guindaba del cadalso.

Su propósito era estudiar el cuerpo sin vida de la supuesta bruja y compararlo con el de una mujer común corriente para demostrar que, al no haber ninguna diferencia biológica entre los dos cadáveres, las brujas no existían.

Sin embargo, tan pronto posaron el cuerpo robado sobre la mesa de estudio y le abrieron una profunda incisión en el estómago, un millar de moscas salieron zumbando del cadáver y formaron una nube negra tan espesa que los alquimistas tuvieron que luchar contra ellas para abrirse camino y poder abrir las puertas y ventanas del pequeño laboratorio.

De esa forma, a medida que las moscas encontraban su camino hacia la libertad, el laboratorio se fue aclarando poco a poco. Y cuando los alquimistas regresaron a la mesa de estudio, se encontraron, sorprendidos, con que el cuerpo de la bruja había desaparecido.

Fin.

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1149 - La Bruja Solterona

Sir Helder Amos | viernes, octubre 27, 2017 |
Desde que vio a través de su bola cristal a aquel apuesto hombre que se dirigía a su tienda, el corazón de la bruja dio un brinco al mismo tiempo que su estómago se llenó de mariposas. “¡Debe ser él!” pensó, emocionada, “¡El amor de mi vida!”.

Así que, cuando la campanilla de la puerta principal sonó al abrirse, la bruja ya se había maquillado, arreglado, y puesto su mejor turbante para recibir a aquel hermoso hombre alto, blanco, musculoso, con ojos color miel y abundante cabello y barba negra azabache.

- Buenas –anunció el hombre su llegada, con una voz gruesa, pero cálida y encantadora.
- Por acá… -lo llamó la bruja con una voz seductora, desde el cuarto trasero de la tienda.
- ¿Bu-buenas? –repitió el hombre, un poco nervioso, tras pasar la cortina de cristales que los separaba y entrando en un pequeño cuarto a media luz, cuyas paredes estaban recubiertas por telas moradas, y que se encontraba nublado por el humo de las decenas de varillas de incienso que habían encendidas por todo el lugar.
- Siéntese –lo invitó la bruja, señalando la silla que estaba al otro lado de la única mesa que había en la pequeña habitación y sobre la cual reposaba una brillante bola de cristal.
- Gra-gracias…
- Deme su mano… -lo incitó la bruja, extendiendo la suya-. Shhh, no diga nada –añadió, tomando la fuerte, venuda y áspera mano del hombre entre las suyas y acariciándola con sus suaves, delicados y finos dedos.

La bruja pasó un largo momento de silencio acariciando la mano del hombre y, a pesar de que no sabía nada de quiromancia, se arriesgó y sugirió:

- Busca el amor, ¿no?

El hombre asintió tímidamente, a pesar de que una chispa se había encendido en sus ojos.

- Muy bien, veamos que le depara el futuro –anunció la bruja, soltándolo y cerrando los ojos antes de empezar a sobar la bola de cristal-. Umnn… Omnn… Veo… Veo…

A este punto, el hombre se encontraba sentado al borde de la silla y tan inclinado hacia delante que casi le pegaba la frente a la bola de cristal para tratar de ver lo mismo que viera la bruja en ella.

- Veo… Omn… Veo que el amor está muy cerca –empezó a predecir la bruja, sin ni siquiera abrir los ojos.
- ¿Está segura? –inquirió el hombre, viendo como una pequeña sombra aparecía dentro de la bola de cristal.
- Sí, el amor está muy cerca… Mucho más de lo que se imagina.
- ¿Y que más ve?
- Veo… Umn… Veo… Una mujer.
- ¿Una mujer? –indagó hombre, mientras la pequeña sombra dentro la bola tomaba la forma de otro hombre.
- Sí, veo una mujer alta, hermosa, de piel blanca y ojos oscuros, -continuó la bruja, describiéndose a sí misma y abriendo un poquito su ojo izquierdo para ver la reacción de su cliente-. Umn… también veo que esta mujer tiene manos suaves y delicadas, y que posee un don muy especial.
- ¿Segura-segura? –repitió el cliente, observando como la pequeña sombra dentro de la bola de cristal se había convertido en un hombre alto, delgado y con aspecto intelectual.
- Oh sí, muy segura –aseveró la bruja, cerrando nuevamente su ojo al ver que su cliente le había quitado la mirada de la bola de cristal y se había quedado viéndola anonadado-. De hecho, veo que esta mujer… Umnn… Veo que esta mujer está muy próxima a usted… Sí… Esta mujer está cerca de usted en este preciso momento…. Umnn… Sí, muy cerca… Omnn… Esto no puede ser posible, pero veo que esa mujer está aquí, en esta misma habitación y que podría decirse que está frente a sus narices –concluyó la bruja, pero antes de que pudiera llevar a cabo su acto final y hacerse la sorprendida, escuchó la campanilla de la puerta principal sonar y, al abrir los ojos, descubrió decepcionada que el amor de su vida se había marchado.

Fin.

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1148 - Las Brujas de la Inquisición.

Sir Helder Amos | miércoles, octubre 25, 2017 |
- ¡Siguiente! –bramó el torturador desde la mazmorra y, acto seguido, dos hombres musculosos y encapuchados entraron arrastrando a una mujer, la cual sentaron y ataron en la única silla que había en el lugar-. ¡Déjenme a solas con ella!
- ¿Qué me va a hacer? –preguntó la mujer, forcejeando contra las ataduras.
- Muy bien, -susurró el torturador, sonriendo, mientras cerraba la puerta tras los guardias y sacaba un alicate de uno de su bolsillo.
- ¿Qué me va a hacer? –repitió la mujer, casi inentendiblemente.
- Le voy a hacer confesar –respondió el torturador, acercándose a ella con una chispa en sus ojos-. ¿Es usted bruja? –le preguntó, agarrándole la uña del dedo índice de la mano izquierda con el alicate.
- No-no –balbuceó la mujer.
- ¡Diga la verdad! –gritó el torturador, jalando fuertemente el alicate y arrancándole la uña-. Le repetiré la pregunta, ¿es usted bruja? –vociferó, agarrándole la uña del dedo medio.
- ¡Aaaahg! ¡No! ¡No lo soy! –gimoteó la mujer, adolorida.

Pero al escuchar la negación, el torturador le arrancó la siguiente uña de otro fuerte jalón e, ignorando los gritos de dolor y sollozos de la mujer, le repitió la pregunta una y otra vez hasta que, después de arrancarle la novena uña, la mujer admitió ser bruja justo antes de perder el conocimiento.

- ¡Siguiente! –bramó el torturador, muy contento, luego de que un par de guardias se llevaran el cuerpo inconsciente de su víctima-. ¡Siguiente! –repitió, al ver que nadie entraba; pero un minuto más tarde, una calmada y hermosa mujer entró en la mazmorra y se sentó muy agraciadamente en la silla-. ¿Es usted la siguiente? –preguntó, un poco confundido.
- Sí.
- Muy bien –murmuró el torturador, encogiéndose de hombros, al mismo tiempo que cerraba la puerta y sacaba de su bolsillo su fiel alicate.
- ¿Puedo preguntarle algo antes de que comencemos? –inquirió inesperadamente la mujer, sonriendo.
- Umn… sí… pues… creo que sí –respondió el hombre, apretando los dientes.
- ¿Ha hecho confesar a muchas brujas?
- ¡Uff! Sí, a decenas, mis tácticas nunca fallan, -respondió el torturador, entusiasmado-. Todas han confesado, ¡Todas!
- ¿Y está seguro de que todas eran brujas?
- ¡Pues claro! –prorrumpió el hombre-. ¡Si ellas mismas lo confesaron!
- Muy bien, continuemos, solo quería saber eso –ordenó calmadamente la mujer.

Confundido por la extraña postura de su nueva víctima, el torturador se acercó a ella mirándola perspicazmente.

- Le haré una pregunta y espero que me diga la verdad –le dijo, acercándole el alicate a la uña del dedo índice de la mano izquierda para comenzar-. ¿Es usted…?

¡BOOM!

Tan pronto el alicate hubo tocado la delicada uña de la mujer, una gran explosión resonó en la mazmorra, destruyendo todo el lugar y dejando al torturador y a todos los guardias muertos; siendo las únicas sobrevivientes las mujeres que habían sido injustamente torturadas y que, milagrosamente, se encontraban completamente sanas y con sus uñas intactas.

Fin.

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1147 - La Inquisición de la Bruja.

Sir Helder Amos | domingo, octubre 22, 2017 |
Mientras la pareja de recién casados limpiaban la casa que habían heredado de uno de sus antepasados, el hombre encontró en el ático una foto muy antigua en la cual se podía observar en primer plano a una mujer ahorcada de un árbol, mientras que al fondo, muy difusamente, se podían distinguir tres figuras: dos masculinas y una femenina, que parecían ser los inquisidores de la escena.

- ¡Amor, mira esta foto! ¡Qué curiosa está! ¿No te parece?
- ¡Ah! Sí, esa es mi tátara-tátara-tátara abuela –explicó la esposa, tras echarle un vistazo rápido a la imagen-. Ella era bruja y, según lo que me contaba mi madre, era una de las mejores del condado.
- Oh, lo siento mucho –susurró el hombre, abrazándola fuertemente.
- ¿Por qué? –masculló su esposa, confundida, casi sin poder respirar.
- Bueno… tu ancestro, a ella… bueno… a ella… la colgaron… por bruja, ¿no? –balbuceó el hombre, soltándola.
- Jajaja, no, ¿de qué hablas? –preguntó la esposa, con una carcajada.
- Pues… de la foto… la mujer colgada… es tu antepasado, ¿no?
- Jajaja, no, tontito, mi tátara abuela es la mujer que está parada en el fondo, esa, la inquisidora –explicó la esposa, señalándola con el dedo-. ¿O de verdad crees que las brujas se dejaban colgar y quemar así de fácil?

Fin.

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1146 - Cosas de Brujas.

Sir Helder Amos | jueves, octubre 19, 2017 |
Cuando la jovencita regresó del bosque, después de haber escuchado la trágica noticia sobre su abuela. Su madre, preocupada al verla tan calmada, la examinó minuciosamente y le preguntó:

- Querida, ¿qué hiciste con el hermoso crucifijo que te dio mamá y que siempre llevabas colgado sobre tu pecho?
- Lo quemé, -masculló la joven, apretando los dientes.
- ¡¿Por qué hiciste tal cosa?!
- ¿No has escuchado, mamá?... Ellos quemaron viva a la abuela en la hoguera.
- Ay, querida, -gimió la madre, abrazándola fuertemente-. No dejes que eso destruya los bonitos recuerdos que tienes de tu abuela, tú sabes que ella te amaba.
- No te preocupes, mamá, siempre admiré mucho a mi abuela y lo seguiré haciendo. Sin importar lo que me pase o lo que digan en el pueblo, todavía quiero ser como ella cuando sea grande –declaró la joven, decididamente-. Es por eso que a partir de ahora, madre, quiero encargarme de la limpieza, -sentenció, señalando la escoba de paja que reposaba en un rincón-, la comida –continuó, señalando esta vez el caldero negro que hervía fervientemente sobre la chimenea-, y el establo –finalizó, señalando a través de la ventana a la única y bellísima cabra blanca que la familia poseía.
- Está bien, querida, -consintió la madre, sonriendo ligeramente con lágrimas en sus ojos-. Pero solo bajo una condición, -añadió, quitándose el crucifijo que guindaba sobre su pecho y colgándoselo alrededor del cuello de su hija-, que uses este crucifijo todo el tiempo sobre tu pecho.
- ¡Pero, mamá! ¡¿No entiendes?! Yo no…
- Shhh, shhh, shhh, sí entiendo, querida, pero no quiero que levantes sospechas, no quisiera perderte a ti también.

Fin.

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1145 - La Bruja Greca.

Sir Helder Amos | lunes, octubre 16, 2017 |
Cuando la bruja se fue de vacaciones a Grecia, quedó fascinada con su cultura, gente y arquitectura; sin embargo, no podía evitar sentirse incómoda a donde quiera que iba porque todos la veían muy curiosamente y cuchicheaban sobre ella debido a que llevaba puesto su habitual camisón negro manga larga y su sombrero puntiagudo.

De tal forma, cansada de ser el centro de atención y la causa de miradas furtivas, la bruja siguió el consejo que le habían dado cuando visitó Roma y se zafó de su vestuario, poniéndose, en cambio, una ligera stola blanca acompañada de una pequeña tiara de laureles sobre su cabeza.

Al verse en el espejo, la bruja no podía creer lo greca que se veía y, cuando salió a la calle, notó inmediatamente el cambio de las personas que la rodeaban, al ser más aceptada y querida a donde quiera que iba, lo que hizo que sus vacaciones fueran aún más placenteras.

Pero, a tan solo un par de días de regresar a casa, la bruja descubrió que en Grecia las mujeres con dotes especiales como los suyos eran amadas y veneradas por todos, en especial por el Emperador, quien las protegía y les daba riquezas a cambio de sus predicciones. Así que, comparando todo esto con su pueblo natal, donde tenía que vivir escondida para no ser quemada en la hoguera, la bruja decidió quedarse a vivir en Grecia, dónde le cambiaron su apodo y empezaron a llamarla Oráculo.


Fin.

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Cuentos de Brujas y de Halloween

1144 - El Gato de la Bruja.

Sir Helder Amos | viernes, octubre 13, 2017 |
Cuando la bruja montó su tienda de cartomancia y quiromancia en el plaza central pueblo, todos los pueblerinos corrieron a la iglesia para alertar al arzobispo de lo que había pasado. Este, sin más opción que seguir a sus seguidores, se dirigió con ellos al lugar para comprobar lo que decían con sus propios ojos.

Efectivamente, cuando llegaron a la plaza central, el arzobispo corroboró las palabras de sus discípulos, quienes habían preparados sus armas y encendido sus antorchas para quemar y expulsar a la malvada bruja de su preciado hogar. Pero afortunadamente, mientras el arzobispo trataba de apaciguar a la multitud y de encontrar una solución pacífica a todo este embrollo, se percató de que en frente de la tienda de la bruja estaba posado un bellísimo gato blanco con brillantes ojos azules.

- ¡No se preocupen amigos, no hay nada que temer! ¡Miren! –anunció el arzobispo, acercándose al animal y acariciándolo gentilmente-. Esta bruja es de las buenas.

Fin.

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1143 - Las Amigas de la Bruja.

Sir Helder Amos | martes, octubre 10, 2017 |
En una calurosa tarde de verano, cuatro amigas estaban sentadas en una veranda, tomándose un refrescante trago y poniéndose al día con sus vidas después de haber pasado mucho tiempo sin verse.

- Disculpen, chicas, pero tengo que irme –dijo la más hermosa de ellas, poniéndose de píe-. Tengo una cita con un chico guapo.
- ¡¿Otra cita?! –preguntaron el resto de sus amigas al unísono-. ¡¿Con quién?!
- Con uno de mis clientes.
- ¿Con el mismo de la otra vez o con uno nuevo? –preguntaron.
- No, con uno nuevo, no sé qué está pasando, pero últimamente mis clientes están tomando muy enserio mis predicciones de que, quizás, tienen al amor de su vida frente a sus ojos y me invitan a cenar –explicó la mujer, terminando de recoger sus cosas-. ¡Miren la hora! Ya me tengo que ir, se me va hacer tarde, hasta luego, ¡las quiero! ¡Muack!

Las tres amigas que quedaron en la mesa, viendo a la otra marcharse y, cuando hubo desaparecido de su vista, la más despistada de ellas preguntó:

- ¿Cómo hará para conseguir tantas citas?
- Pues, con brujería, ¿con qué más?
- ¡Ay, no bromees! –aludió la despistada, riendo.
- No bromeo, ella es una bruja.
- ¿En serio? –inquirió la despistada.
- Sí. ¿No lo sabias? Ella lleva un par de meses trabajando de clarividente: leyendo cartas, runas, las hojas de té y todas esas cosas de brujería.
- ¡No me digas! –se sorprendió la despistada.
- Sí, lo más seguro es que esté dándole pociones de amor a sus clientes para que la inviten a salir –sugirió una.
- O que les esté haciendo algún tipo de vudú –apuntó la otra-, porque ella no es tan bonita.
- Así es, algo macabro tiene que estar haciendo para conseguir tantas citas, porque con ese pelo dudo que cualquier hombre se fije en ella.
- ¿Y vieron el vestido que cargaba?
- ¡De espanto!
- A mí me parece que estaba bonita –señaló la despistada, sin dejarse envolver por la brujería de sus amigas.

Fin.

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1142 - La Bruja Mentirosa.

Sir Helder Amos | sábado, octubre 07, 2017 |
Cuando su esposa irrumpió estruendosamente en su humilde casita, su corazón dio un brinco de emoción y corrió a abrazarla.

- ¡Sigues viva! –bramó el hombre, abalanzándose sobre ella y besándola desesperadamente-. Pero, ¿cómo?, pensé que te quemarían en la hoguera.
- Recoge tus cosas, ¡rápido! –ordenó la mujer, casi sin aliento-. Tenemos que irnos cuanto antes de este pueblo.
- ¿Por qué? ¿Qué paso? ¿Cómo hiciste para que te perdonaran?
- No me perdonaron, tenemos que irnos –sentenció la mujer, caminando de un lado a otro de la casa mientras recogía sus pertenencias más importantes; pero al ver el rostro de perplejidad de su marido, añadió:- Justo antes de que encendieran la hoguera se me ocurrió amenazarlos.
- ¿Amenazarlos?
- Sí, les dije que si me quemaban me vengaría desde el infierno y haría que una lluvia de fuego cayera sobre el pueblo para que todos murieran de la misma forma que querían matarme: consumidos por las llamas.
- ¡¿Y te creyeron?! –le preguntó el hombre, boquiabierto.
- Sí, afortunadamente, -respondió la mujer, sonriendo pícaramente-. Claro, después de eso empecé a recitar las pocas palabras que sé de latín como si fueran una maldición hasta que, asustados, me pidieron que parara y que me fuera del pueblo sin hacerles daño.
- Bueno, no sé por qué me sorprende –concluyó el hombre, aliviado-. Si creyeron eso de que eras una bruja solo porque estornudas cada vez que mencionan a Dios.
- ¡Achú! ¡No lo menciones! –chilló la mujer-. Y no te quedes ahí parado, muévete, tenemos que irnos antes de que cambien de parecer y me convierta en otra mujer inocente quemada en la hoguera.

Fin.

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1041 - La Bruja Más Poderosa.

Sir Helder Amos | miércoles, octubre 04, 2017 |
Cuando agregó el último ingrediente al burbujeante caldero, ocurrió una explosión y una espesa nube rosada inundó toda la mazmorra.

- ¡Al fin! –gritó la horripilante bruja, sacando una cucharada de la potente poción de amor que acababa de crear y, vertiéndola en un vial, vociferó entusiasmada:- ¡Seré la bruja más poderosa!

Fin.

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1040 - La Primera Bruja.

Sir Helder Amos | domingo, octubre 01, 2017 |
Cuando las puertas de la catedral se abrieron inesperada y estruendosamente, todos en la plaza central voltearon la mirada para averiguar lo que pasaba.

- ¡Ayuda! ¡Alguien ayúdenme! –gritó una hermosa mujer de piel morena y abundante cabello negro, al bajar corriendo las escaleras de la catedral, mientras intentaba cubrir su delicado cuerpo con su vestido blanco que había sido violentamente rasgado-. ¡El arzobispo! –gimió-. ¡El arzobispo intentó abusar de mí!

Al escuchar tal acusación, todos los hombres presentes se sintieron indignados y, tronándose los nudillos y agarrando sus armas, se dirigieron a la catedral.

- ¡Mentirosa! –bramó el arzobispo, un hombre alto, delgado y con una brillante cabellera gris, parándose firmemente en la entrada de la catedral, al mismo tiempo que arreglaba su desaliñado aspecto con sus manos y trataba de enderezarse la sotana-. ¡No mientas, mujer, eso es pecado!
- ¡Entonces, usted es el pecador! –replicó la mujer, con lágrimas en los ojos.

Al ver esta escena, los hombres empezaron a crear un semicírculo alrededor del arzobispo, acorralándolo y exigiéndole una explicación.

- ¡No le crean! –gritó el arzobispo, manteniendo la compostura, a pesar de que unas brillantes gotas de sudor habían aparecido en su frente-. ¡Esa mujer es una mentirosa! ¡Intentó seducirme, pero al negarme y mantenerme fiel a Dios, armó todo este alboroto!
- ¡Mentiroso! -gimió la mujer, desesperadamente-. Eso es mentira, pasó todo lo contrario, él intento abusar de mí…
- ¡Cállate, Bruja! –vociferó el arzobispo, perdiendo el control.
- ¿Bruja?... ¿Bruja?... ¿Qué es eso? –murmuraron muchos de los pueblerinos al ser la primera vez que escuchaban esa curiosa palabra.
- Sí… Sí, esta mujer es una bruja –clamó el arzobispo, aprovechándose de la confusión.
- ¿Qué es una bruja? –preguntaron, preocupados, muchos de la multitud.
- Una bruja… Una bruja es una hija del demonio, -explicó el arzobispo, arrugando la frente-. Una mujer que le rinde culto a Beelzebub y a todo lo pagano.
- No, no, no, eso es mentira –gimió la mujer, angustiada, al sentir como todos empezaban a verla con temor.
- Una mujer que se comerá a sus hijos, copulará con sus esposos y llevara este pueblo a la perdición si se deja libre –continúo el arzobispo, mirando como palidecían las mujeres de la audiencia.
- ¡No, no, eso es mentira! Todo eso es mentira, no le crean –suplicó la mujer-. Bruja es mi nombre, ¡me llamo Bruja!
- ¡Y ella misma lo admite! –gritó el arzobispo, señalándola con su largo y huesudo dedo índice.
- ¿Qué podemos hacer? ¿Cómo nos libramos de la bruja? –preguntaron las mujeres del gentío, muy alarmadas.
- Hay que quemarla viva –sentenció el arzobispo, sonriendo victoriosamente-. Para que deje esta vida terrenal y regrese con su padre a arder en el infierno.
- ¡Hay que quemarla! ¡Hay que quemarla! –rugió la muchedumbre, agarrando a la quebrantada mujer por la fuerza y, tras atarla a una pila de leños, le prendieron fuego hasta que solo quedaron sus cenizas.

Fin.

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