1146 - Cosas de Brujas.

Cuando la jovencita regresó del bosque, después de haber escuchado la trágica noticia sobre su abuela. Su madre, preocupada al verla tan calmada, la examinó minuciosamente y le preguntó:

- Querida, ¿qué hiciste con el hermoso crucifijo que te dio mamá y que siempre llevabas colgado sobre tu pecho?
- Lo quemé, -masculló la joven, apretando los dientes.
- ¡¿Por qué hiciste tal cosa?!
- ¿No has escuchado, mamá?... Ellos quemaron viva a la abuela en la hoguera.
- Ay, querida, -gimió la madre, abrazándola fuertemente-. No dejes que eso destruya los bonitos recuerdos que tienes de tu abuela, tú sabes que ella te amaba.
- No te preocupes, mamá, siempre admiré mucho a mi abuela y lo seguiré haciendo. Sin importar lo que me pase o lo que digan en el pueblo, todavía quiero ser como ella cuando sea grande –declaró la joven, decididamente-. Es por eso que a partir de ahora, madre, quiero encargarme de la limpieza, -sentenció, señalando la escoba de paja que reposaba en un rincón-, la comida –continuó, señalando esta vez el caldero negro que hervía fervientemente sobre la chimenea-, y el establo –finalizó, señalando a través de la ventana a la única y bellísima cabra blanca que la familia poseía.
- Está bien, querida, -consintió la madre, sonriendo ligeramente con lágrimas en sus ojos-. Pero solo bajo una condición, -añadió, quitándose el crucifijo que guindaba sobre su pecho y colgándoselo alrededor del cuello de su hija-, que uses este crucifijo todo el tiempo sobre tu pecho.
- ¡Pero, mamá! ¡¿No entiendes?! Yo no…
- Shhh, shhh, shhh, sí entiendo, querida, pero no quiero que levantes sospechas, no quisiera perderte a ti también.

Fin.

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