1148 - Las Brujas de la Inquisición.

- ¡Siguiente! –bramó el torturador desde la mazmorra y, acto seguido, dos hombres musculosos y encapuchados entraron arrastrando a una mujer, la cual sentaron y ataron en la única silla que había en el lugar-. ¡Déjenme a solas con ella!
- ¿Qué me va a hacer? –preguntó la mujer, forcejeando contra las ataduras.
- Muy bien, -susurró el torturador, sonriendo, mientras cerraba la puerta tras los guardias y sacaba un alicate de uno de su bolsillo.
- ¿Qué me va a hacer? –repitió la mujer, casi inentendiblemente.
- Le voy a hacer confesar –respondió el torturador, acercándose a ella con una chispa en sus ojos-. ¿Es usted bruja? –le preguntó, agarrándole la uña del dedo índice de la mano izquierda con el alicate.
- No-no –balbuceó la mujer.
- ¡Diga la verdad! –gritó el torturador, jalando fuertemente el alicate y arrancándole la uña-. Le repetiré la pregunta, ¿es usted bruja? –vociferó, agarrándole la uña del dedo medio.
- ¡Aaaahg! ¡No! ¡No lo soy! –gimoteó la mujer, adolorida.

Pero al escuchar la negación, el torturador le arrancó la siguiente uña de otro fuerte jalón e, ignorando los gritos de dolor y sollozos de la mujer, le repitió la pregunta una y otra vez hasta que, después de arrancarle la novena uña, la mujer admitió ser bruja justo antes de perder el conocimiento.

- ¡Siguiente! –bramó el torturador, muy contento, luego de que un par de guardias se llevaran el cuerpo inconsciente de su víctima-. ¡Siguiente! –repitió, al ver que nadie entraba; pero un minuto más tarde, una calmada y hermosa mujer entró en la mazmorra y se sentó muy agraciadamente en la silla-. ¿Es usted la siguiente? –preguntó, un poco confundido.
- Sí.
- Muy bien –murmuró el torturador, encogiéndose de hombros, al mismo tiempo que cerraba la puerta y sacaba de su bolsillo su fiel alicate.
- ¿Puedo preguntarle algo antes de que comencemos? –inquirió inesperadamente la mujer, sonriendo.
- Umn… sí… pues… creo que sí –respondió el hombre, apretando los dientes.
- ¿Ha hecho confesar a muchas brujas?
- ¡Uff! Sí, a decenas, mis tácticas nunca fallan, -respondió el torturador, entusiasmado-. Todas han confesado, ¡Todas!
- ¿Y está seguro de que todas eran brujas?
- ¡Pues claro! –prorrumpió el hombre-. ¡Si ellas mismas lo confesaron!
- Muy bien, continuemos, solo quería saber eso –ordenó calmadamente la mujer.

Confundido por la extraña postura de su nueva víctima, el torturador se acercó a ella mirándola perspicazmente.

- Le haré una pregunta y espero que me diga la verdad –le dijo, acercándole el alicate a la uña del dedo índice de la mano izquierda para comenzar-. ¿Es usted…?

¡BOOM!

Tan pronto el alicate hubo tocado la delicada uña de la mujer, una gran explosión resonó en la mazmorra, destruyendo todo el lugar y dejando al torturador y a todos los guardias muertos; siendo las únicas sobrevivientes las mujeres que habían sido injustamente torturadas y que, milagrosamente, se encontraban completamente sanas y con sus uñas intactas.

Fin.

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