Había una vez un pescador que todos los días se iba a la orilla del río a pescar, pero cada vez que un pez mordía el anzuelo, este lo pesaba, lo medía y lo devolvía al agua.
Hasta que un día de verano, en menos de una hora, el pescador había conseguido atrapar seis peces que curiosamente tenían el mismo peso y medida y la séptima vez que un pez mordió el anzuelo, este salió del agua gritando:
- NO ME DEVUELVAS AL RÍO, POR FAVOR NO ME METAS NUEVAMENTE AL AGUA.
El pescador, asombrado por ver a un pez que hablaba se quedó sin palabras, sosteniendo al pez en el aire que se agitaba sin parar mientras seguía gritando:
- POR FAVOR, NO ME DEVUELVAS AL AGUA.
- Pero si no lo hago, morirás.
- Es que quiero morir, el invierno se está acercando y las aguas se congelarán, así que de todas maneras ese será mi final.
- Pero yo no soy un asesino, yo no te quiero matar.
- Pero yo quiero morir, ¿por qué crees que he mordido siete veces tu anzuelo?
- ¡AJA! Con razón, ahora todo tiene sentido, si me parecía muy extraño que un día normal, como el de hoy, tantos peces hubieran mordido mi anzuelo, porque al final, solamente eras tú, usando mi anzuelo como un escape a tu futuro sufrimiento, suicidándote como un humano lo haría al ahorcarse del techo de su casa, aprovechándote de la oportunidad que yo te presentaba, pero lo siento, búscate a otra persona que usar, porque yo no te dejaré morir, te devolveré al agua.
Pero para cuando el pescador terminó de hablar y de descubrir el plan siniestro del pez, esté ya había logrado su cometido.
FIN.