- Las hadas son reales, Ana, recuérdalo, a pesar de que no siempre podamos verlas, a veces podemos sentirlas y, si creemos en ellas, nos ayudan y nos protegen -solía decirle la Abuela Ana a la pequeña.
Pero a Ana, la mamá de la pequeña Ana, no le gustaba que su madre le contara ese tipo de historias a su hija. Porque ella era una mujer muy intelectual y lógica.
- No creas todas las historias que te cuenta tu abuela -le decía a su hija, siempre que regresaban a casa después de visitar a la Abuela Ana-. Las hadas no existen. Solo son una fantasía.
Sin embargo, a pesar de las advertencias de su madre, la pequeña Ana creía fervientemente en las hadas gracias a las historias que su abuela le contaba y, con el pasar del tiempo, la pequeña Ana se aprendió todas las historias de su abuela.
En una noche cálida y tranquila, la pequeña Ana tuvo un sueño muy peculiar, en el que estaba visitando a la Abuela Ana, escuchando sus historias de hadas, cuando de pronto una pequeña y hermosa hada se coló por la ventana y les dijo:
- Abuela Ana, porque siempre has creído en nosotras, queremos invitarte al país de las hadas, ¿te gustaría venir a nuestro mundo?
- ¡Sí! -respondió la Abuela, muy emocionada.
- ¡Yo también quiero ir! -protestó la pequeña Ana.
Pero el Hada le dijo que ella era muy joven y que para ganarse el derecho a visitar el Pais de las Hadas, tenía que creer en ellas por toda su vida. Así que la invitación era solamente para la Abuela Ana.
Al principio, la Abuela Ana se negó a ir sin su nieta, pero la pequeña Ana terminó de convencerla al pedirle que aceptara la invitación de las hadas, para que cuando regresara le contara todas las historias y aventuras que ella viviría en el Pais de las Hadas.
Así que para complacer a la pequeña, la Abuela Ana aceptó ir al País de las Hadas.
- ¡Muy bien! -celebró el hada-. Por favor, abre la ventana, para que mis amigas vengan por tí y nos vayamos ahora mismo.
La pequeña Ana fue la que abrió la ventana y pegó un grito de emoción y asombró al ver que cientos de hadas entraron por la ventana y entre todas cargaron a la Abuela Ana y se la llevaron volando por la ventana, mientras su nieta la despedía moviendo su mano, encaramada en el alféizar.
La Pequeña Ana despertó muy alegre y con una gran sonrisa al día siguiente de su sueño. Pero cuando bajó a desayunar, se encontró a su mamá llorando.
- ¿Qué te pasa mamá? ¿Por qué lloras?
- ¡Ay! Mi querida Anita, no sé cómo decirte esto, -le dijo su mamá entre sollozos-. Anoche… Anoche perdimos a la Abuela Ana… Falleció.
- ¿Cómo? -preguntó la niña perpleja.
- Lo siento mucho, querida, -le dijo su madre, abrazándola-. Yo sé cuanto amabas tú a la Abuela Ana.
- No, mamá, estás equivocada -exclamó la pequeña-. La Abuela Ana se fue con las Hadas. ¡Yo la ví volar desde su ventana!
Y su madre, devastada por el dolor, no pudo contradecirla y prefirió que la pequeña creyera que su querida Abuela se había ido con las hadas.
Sin embargo, poco tiempo después de la muerte de la Abuela Ana, su madre le prohibió a la pequeña Ana hablar de las hadas y mucho menos creer en ellas. Pero, todas las noches, antes de dormir, la niña recordaba las historias que su abuela le contaba y el sueño que había tenido.
“Si quiero que las hadas me inviten a su país tengo que creer siempre en ellas” se decía la pequeña antes antes de caer profundamente dormida.
Con esta creencia siempre presente en su mente y en su corazón el tiempo pasó y la pequeña Ana se convirtió en una mujer, tuvo una hija a la que llamó Ana, a la cual nunca le gustaba visitar a su abuela. Porque ella no creía en las hadas y siempre la regañaba y peleaba cada vez que le pedía a su mamá que le contara alguna historia sobre las hadas.
El tiempo siguío pasando, y la pequeña, ya mujer, Ana, perdió a su mamá y, años después, recibió la noticia de que su hija Ana la convertiría en Abuela. Y así una nueva Ana llegó a la familia.
Al igual que lo hacía la antigua Abuela Ana, la nueva Abuela Ana le contaba todas las historias que había aprendido de antecesora a su nieta, porque ella nunca había dejado de creer en las hadas.
Una noche, mientras le contaba historias sobre hadas a su nieta, una hada se coló a la habitación y la nueva Abuela Ana la reconoció enseguida, porque era la misma hada que había visto en sus sueños hace mucho tiempo.
- ¿Vienes por mí, verdad? -le preguntó la Abuela Ana al Hada, muy emocionada-. ¿Llegó mi tiempo para visitar el País de las Hadas?
- Sí, -asintió el Hada-. Sí quieres venir, abre la ventana para que mis amigas vengan por tí y partamos ahora mismo.
- ¡Yo también quiero ir! -protestó la nueva pequeña Ana.
- Eres muy joven para visitar el país de las hadas, querida, ¿recuerdas la historia que te conté sobre la primera vez que ví un hada? -le preguntó su abuela.
- Sí.
- Bueno, entonces recuerda lo que tienes que hacer de ahora en adelante si algún día quieres visitar el País de las Hadas.
- Creer en ellas por toda mi vida -respondió la pequeña sonriendo.
- Muy bien, querida, ahora, por favor, abre la ventana.
Al igual que en su sueño hace muchos, muchos años, cientos de hadas entraron volando por la ventana, cargaron a la nueva Abuela Ana y se la llevaron volando por los cielos, mientras su nieta la despedía con su mano encaramada en el alféizar.
El viaje por el cielo fue espléndido, el viento le acariciaba el arrugado rostro y hacía que canas de la Abuela Ana bailaran en el aire. Pero a su parecer, todo pasó muy rápido, porque en un abrir y cerrar de ojos, se encontró en un hermoso jardín lleno de flores y árboles gigantes, con cientos de hadas volando por todas partes.
- ¡Ana! ¡Querida Ana! ¿Eres tú? -escuchó una voz que la llamaba.
Y cuando la nueva Abuela Ana miró a su lado, vio a su abuela corriendo hacia ella.
- ¡Abuela! -gritó y corrió a abrazarla-. ¡No puedo creer que aún sigas viva!
- Aquí, en el país de las hadas, nadie nunca muere -explicó la antigua Abuela Ana, abrazando fuertemente a su nieta.
- ¿Y mi mamá? -preguntó la nueva Abuela Ana, buscando con su mirada por todas partes.
- Lo siento querida, pero bien sabes que mi hija nunca creyó en las hadas.
Soltando una pequeña lágrima, la nueva Abuela Ana, abrazó de nuevo a su abuela. Y luego, con una sonrisa le dijo:
- No importa, cuando sea el momento adecuado conocerás a mi hija y a mi nieta, porque estoy segura que ellas sí vendrán, porque yo les conté todas las historias que tú me enseñaste.
- ¡Eso espero, querida! ¡Me encantaría conocer a mi bisnieta y a mi tataranieta! -exclamó la antigua Abuela Ana y, extiéndele la mano a su nieta le dijo-, pero mientras esperamos, ven, tengo muchos lugares que mostrarte y no te imaginas la cantidad de nuevas historias que tengo por contarte.
Fin.
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