1326 - Las Hadas de la Abuela.

Sir Helder Amos | jueves, junio 27, 2019 |
Había una vez, una niña llamada Ana que le encantaba visitar a su Abuela Ana, porque está siempre le contaba fantásticas historias sobre hadas.

- Las hadas son reales, Ana, recuérdalo, a pesar de que no siempre podamos verlas, a veces podemos sentirlas y, si creemos en ellas, nos ayudan y nos protegen -solía decirle la Abuela Ana a la pequeña.

Pero a Ana, la mamá de la pequeña Ana, no le gustaba que su madre le contara ese tipo de historias a su hija. Porque ella era una mujer muy intelectual y lógica.

- No creas todas las historias que te cuenta tu abuela -le decía a su hija, siempre que regresaban a casa  después de visitar a la Abuela Ana-. Las hadas no existen. Solo son una fantasía.

Sin embargo, a pesar de las advertencias de su madre, la pequeña Ana creía fervientemente en las hadas gracias a las historias que su abuela le contaba y, con el pasar del tiempo, la pequeña Ana se aprendió todas las historias de su abuela.

En una noche cálida y tranquila, la pequeña Ana tuvo un sueño muy peculiar, en el que estaba visitando a la Abuela Ana, escuchando sus historias de hadas, cuando de pronto una pequeña y hermosa hada se coló por la ventana y les dijo:

- Abuela Ana, porque siempre has creído en nosotras, queremos invitarte al país de las hadas, ¿te gustaría venir a nuestro mundo?
- ¡Sí! -respondió la Abuela, muy emocionada.
- ¡Yo también quiero ir! -protestó la pequeña Ana.

Pero el Hada le dijo que ella era muy joven y que para ganarse el derecho a visitar el Pais de las Hadas, tenía que creer en ellas por toda su vida. Así que la invitación era solamente para la Abuela Ana.

Al principio, la Abuela Ana se negó a ir sin su nieta, pero la pequeña Ana terminó de convencerla al pedirle que aceptara la invitación de las hadas, para que cuando regresara le contara todas las historias y aventuras que ella viviría en el Pais de las Hadas.

Así que para complacer a la pequeña, la Abuela Ana aceptó ir al País de las Hadas.

- ¡Muy bien! -celebró el hada-. Por favor, abre la ventana, para que mis amigas vengan por tí y nos vayamos ahora mismo.

La pequeña Ana fue la que abrió la ventana y pegó un grito de emoción y asombró al ver que cientos de hadas entraron por la ventana y entre todas cargaron a la Abuela Ana y se la llevaron volando por la ventana, mientras su nieta la despedía moviendo su mano, encaramada en el alféizar.

La Pequeña Ana despertó muy alegre y con una gran sonrisa al día siguiente de su sueño. Pero cuando bajó a desayunar, se encontró a su mamá llorando.

- ¿Qué te pasa mamá? ¿Por qué lloras?
- ¡Ay! Mi querida Anita, no sé cómo decirte esto, -le dijo su mamá entre sollozos-. Anoche… Anoche perdimos a la Abuela Ana… Falleció.
- ¿Cómo? -preguntó la niña perpleja.
- Lo siento mucho, querida, -le dijo su madre, abrazándola-. Yo sé cuanto amabas tú a la Abuela Ana.
- No, mamá, estás equivocada -exclamó la pequeña-. La Abuela Ana se fue con las Hadas. ¡Yo la ví volar desde su ventana!

Y su madre, devastada por el dolor, no pudo contradecirla y prefirió que la pequeña creyera que su querida Abuela se había ido con las hadas.

Sin embargo, poco tiempo después de la muerte de la Abuela Ana, su madre le prohibió a la pequeña Ana hablar de las hadas y mucho menos creer en ellas. Pero, todas las noches, antes de dormir, la niña recordaba las historias que su abuela le contaba y el sueño que había tenido.

“Si quiero que las hadas me inviten a su país tengo que creer siempre en ellas” se decía la pequeña antes antes de caer profundamente dormida.

Con esta creencia siempre presente en su mente y en su corazón el tiempo pasó y la pequeña Ana se convirtió en una mujer, tuvo una hija a la que llamó Ana, a la cual nunca le gustaba visitar a su abuela. Porque ella no creía en las hadas y siempre la regañaba y peleaba cada vez que le pedía a su mamá que le contara alguna historia sobre las hadas.

El tiempo siguío pasando, y la pequeña, ya mujer, Ana, perdió a su mamá y, años después, recibió la noticia de que su hija Ana la convertiría en Abuela. Y así una nueva Ana llegó a la familia.

Al igual que lo hacía la antigua Abuela Ana, la nueva Abuela Ana le contaba todas las historias que había aprendido de antecesora a su nieta, porque ella nunca había dejado de creer en las hadas.

Una noche, mientras le contaba historias sobre hadas a su nieta, una hada se coló a la habitación y la nueva Abuela Ana la reconoció enseguida, porque era la misma hada que había visto en sus sueños hace mucho tiempo.

- ¿Vienes por mí, verdad? -le preguntó la Abuela Ana al Hada, muy emocionada-. ¿Llegó mi tiempo para visitar el País de las Hadas?
- Sí, -asintió el Hada-. Sí quieres venir, abre la ventana para que mis amigas vengan por tí y partamos ahora mismo.
- ¡Yo también quiero ir! -protestó la nueva pequeña Ana.
- Eres muy joven para visitar el país de las hadas, querida, ¿recuerdas la historia que te conté sobre la primera vez que ví un hada? -le preguntó su abuela.
- Sí.
- Bueno, entonces recuerda lo que tienes que hacer de ahora en adelante si algún día quieres visitar el País de las Hadas.
- Creer en ellas por toda mi vida -respondió la pequeña sonriendo.
- Muy bien, querida, ahora, por favor, abre la ventana.

Al igual que en su sueño hace muchos, muchos años, cientos de hadas entraron volando por la ventana, cargaron a la nueva Abuela Ana y se la llevaron volando por los cielos, mientras su nieta la despedía con su mano encaramada en el alféizar.

El viaje por el cielo fue espléndido, el viento le acariciaba el arrugado rostro y hacía que canas de la Abuela Ana bailaran en el aire. Pero a su parecer, todo pasó muy rápido, porque en un abrir y cerrar de ojos, se encontró en un hermoso jardín lleno de flores y árboles gigantes, con cientos de hadas volando por todas partes.

- ¡Ana! ¡Querida Ana! ¿Eres tú? -escuchó una voz que la llamaba.

Y cuando la nueva Abuela Ana miró a su lado, vio a su abuela corriendo hacia ella.

- ¡Abuela! -gritó y corrió a abrazarla-. ¡No puedo creer que aún sigas viva!
- Aquí, en el país de las hadas, nadie nunca muere -explicó la antigua Abuela Ana, abrazando fuertemente a su nieta.
- ¿Y mi mamá? -preguntó la nueva Abuela Ana, buscando con su mirada por todas partes.
- Lo siento querida, pero bien sabes que mi hija nunca creyó en las hadas.

Soltando una pequeña lágrima, la nueva Abuela Ana, abrazó de nuevo a su abuela. Y luego, con una sonrisa le dijo:

- No importa, cuando sea el momento adecuado conocerás a mi hija y a mi nieta, porque estoy segura que ellas sí vendrán, porque yo les conté todas las historias que tú me enseñaste.
- ¡Eso espero, querida! ¡Me encantaría conocer a mi bisnieta y a mi tataranieta! -exclamó la antigua Abuela Ana y, extiéndele la mano a su nieta le dijo-, pero mientras esperamos, ven, tengo muchos lugares que mostrarte y no te imaginas la cantidad de nuevas historias que tengo por contarte.

Fin.

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1325 - El Príncipe de la Casa.

Sir Helder Amos | lunes, junio 24, 2019 |
Cuando volví a casa de mis padres durante las vacaciones de verano, me sentía muy nervioso, porque desde que me había ido a estudiar en la universidad, el trato de mis padres hacía mí había cambiado. Antes ellos eran estrictos, fríos y calculadores, pero desde que me fuí, sus mensajes y videollamadas estaban llenos de amor y calidez.

Así que antes de entrar a casa me quedé parado frente a la puerta, nervioso y ansioso por ver cómo me tratarían mis padres al tenerme de regreso por unas semanas.

Afortunadamente, mi gato fue el primero en verme y se acercó a mi para rozar su cuerpo contra mis pierna. Lo que me hizo relajarme y lléname de valor para entrar a casa. Así que abrí la puerta y ambos entramos.

Al escuchar la puerta, mi mamá se asomó desde la cocina que estaba al fondo de la casa y, al verme, se le cayó el plato que estaba sosteniendo y pegó un grito emocionada:

- ¡Ya volvió! ¡Ya volvió! ¡Antonio! ¡El Príncipe ya volvió! -le anunció a mí papá, que se encontraba en el piso de arriba.
- ¡¿Ya volvió el Príncipe?!
- ¡Sí, Antonio, baja, rápido! ¡Ya volvió!

Ante tanta emoción por mi regreso a casa, me sentí un poco incomodo y apenado, mis padres nunca habían sido tan afectivos conmigo, así que me puse rojo como un tomate.

- Pero no te quedes ahí, parado, ven, mi príncipe querido, ven a la cocina para prepararte algo de comer -exclamó mi mamá, así que cargue a mi gato y me fuí a la cocina con él entre mis manos, acariciando su pelaje para mantener mis nervios bajo control.

- Disculpa que no te haya preparado algo más delicioso -se excusó mi mamá, mientras abría unas latas de atún-. Pero no sabíamos cuándo volverías, mi príncipe querido.
- Yo les avise que hoy regresaba -respondí, recordando haberles envíado un mensaje-. Y no te preocupes por la comida, mamá, recuerda que a mi me gusta comer de todo.

Al escuchar mi respuesta, mi mamá se volteó y me dedicó una mirada perpleja y una sonrisa forzada. Mientras tanto, escuchaba los pasos de mi papá bajar las escaleras.

- ¿Dónde está? -gritó-. ¿Dónde está el Príncipe de esta casa?
- ¡Aquí en la cocina! -le respondí, con una gran sonrisa, porque me estaba empezando a agradar tanta atención y cariño por parte de mis padres.

Al entrar a la cocina, mi papá pegó un grito de emoción:

- ¡Aquí está mi Príncipe! ¡Pensé que nunca regresarías! -exclamó, abriendo sus brazos.

Emocionado, me acerqué para abrazarlo pero cuando me doble para soltar al gato, mi papá también se dobló y lo agarró antes de que yo lo pusiera en el piso.

- ¡No te vuelvas a perder así, Príncipe, que nos tenías preocupados! -exclamó mi papá, regañando al gato y alzándolo en el aire.
- Muy, muy preocupados -añadió mi mamá, acercándose a mi papá con un plato lleno de atún-. Ponlo en el piso, Antonio, para que coma algo que debe estar hambriento.
- ¡Claro! ¡Si tiene tres días desaparecido! -dijo mi papá, acariciando al gato y poniéndolo en el piso.

Tras un pequeño maullido, el gato se puso a comer mientras mis padres, tomados de la mano, lo veían com una gran sonrisa en sus rostros.

Y luego, después de un largo rato, cuando el gato casi había terminado su plato de atún, fue que mi padre me miró y notándome por primera vez me dijo:

- ¡Eh! ¡Hijo! ¿Qué tal el viaje?

Fin.

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1324 - La Dominatrix.

Sir Helder Amos | miércoles, junio 19, 2019 |
Pretendía enamorarla regalándole rosas, chocolates y peluches. Sin sospechar que detrás de aquel hermoso y angelical rostro, lo que ella deseaba era un par de esposas, un látigo y muchos atuendos de cuero negro.

Fin.

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1323 - La Mujer Vainilla.

Sir Helder Amos | jueves, junio 06, 2019 |
Por dónde quiera que pasaba, hacía que todos voltearan su mirada gracias al rastro que su caro y delicioso perfume de vainilla dejaba. Pero de nada valía su delicioso aroma, porque todo aquel osado que se atrevía conocer su esencia terminaba con un mal sabor de boca.

Fin.

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