Así que antes de entrar a casa me quedé parado frente a la puerta, nervioso y ansioso por ver cómo me tratarían mis padres al tenerme de regreso por unas semanas.
Afortunadamente, mi gato fue el primero en verme y se acercó a mi para rozar su cuerpo contra mis pierna. Lo que me hizo relajarme y lléname de valor para entrar a casa. Así que abrí la puerta y ambos entramos.
Al escuchar la puerta, mi mamá se asomó desde la cocina que estaba al fondo de la casa y, al verme, se le cayó el plato que estaba sosteniendo y pegó un grito emocionada:
- ¡Ya volvió! ¡Ya volvió! ¡Antonio! ¡El Príncipe ya volvió! -le anunció a mí papá, que se encontraba en el piso de arriba.
- ¡¿Ya volvió el Príncipe?!
- ¡Sí, Antonio, baja, rápido! ¡Ya volvió!
Ante tanta emoción por mi regreso a casa, me sentí un poco incomodo y apenado, mis padres nunca habían sido tan afectivos conmigo, así que me puse rojo como un tomate.
- Pero no te quedes ahí, parado, ven, mi príncipe querido, ven a la cocina para prepararte algo de comer -exclamó mi mamá, así que cargue a mi gato y me fuí a la cocina con él entre mis manos, acariciando su pelaje para mantener mis nervios bajo control.
- Disculpa que no te haya preparado algo más delicioso -se excusó mi mamá, mientras abría unas latas de atún-. Pero no sabíamos cuándo volverías, mi príncipe querido.
- Yo les avise que hoy regresaba -respondí, recordando haberles envíado un mensaje-. Y no te preocupes por la comida, mamá, recuerda que a mi me gusta comer de todo.
Al escuchar mi respuesta, mi mamá se volteó y me dedicó una mirada perpleja y una sonrisa forzada. Mientras tanto, escuchaba los pasos de mi papá bajar las escaleras.
- ¿Dónde está? -gritó-. ¿Dónde está el Príncipe de esta casa?
- ¡Aquí en la cocina! -le respondí, con una gran sonrisa, porque me estaba empezando a agradar tanta atención y cariño por parte de mis padres.
Al entrar a la cocina, mi papá pegó un grito de emoción:
- ¡Aquí está mi Príncipe! ¡Pensé que nunca regresarías! -exclamó, abriendo sus brazos.
Emocionado, me acerqué para abrazarlo pero cuando me doble para soltar al gato, mi papá también se dobló y lo agarró antes de que yo lo pusiera en el piso.
- ¡No te vuelvas a perder así, Príncipe, que nos tenías preocupados! -exclamó mi papá, regañando al gato y alzándolo en el aire.
- Muy, muy preocupados -añadió mi mamá, acercándose a mi papá con un plato lleno de atún-. Ponlo en el piso, Antonio, para que coma algo que debe estar hambriento.
- ¡Claro! ¡Si tiene tres días desaparecido! -dijo mi papá, acariciando al gato y poniéndolo en el piso.
Tras un pequeño maullido, el gato se puso a comer mientras mis padres, tomados de la mano, lo veían com una gran sonrisa en sus rostros.
Y luego, después de un largo rato, cuando el gato casi había terminado su plato de atún, fue que mi padre me miró y notándome por primera vez me dijo:
- ¡Eh! ¡Hijo! ¿Qué tal el viaje?
Fin.
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