Tan pronto abordaron, un viejo muy arrugadito de la primera fila se puso cómodo y se quedó tan profundamente dormido que sus ronquidos se escuchaban por todo el avión.
Después de la primera hora en el aire de ese viaje trasatlántico, muchos de los pasajeros empezaron a quejarse por los ronquidos del viejito pero, cada vez que alguien se acercaba para despertarlo, regresaba a su asiento con el corazón arrugado al verlo dormir tan plácidamente.
De esta forma el viaje continuó sin ningún otro percance hasta que, de pronto, el avión empezó a vibrar, todas las luces de emergencias se encendieron y, mientras las azafatas corrían de un lado a otro, el capitán anunció que debido a una falla en los motores estaban perdiendo altura drásticamente y que posiblemente se estrellarían en el océano.
Entrando en pánico, todos los pasajeros empezaron a gritar, a llorar y a rezar; e inesperadamente un hombre regordete de las últimas filas se levantó y preguntó:
- ¿Nadie va a despertar al viejo?
- ¡¿Para qué?! –bramaron algunos, confundidos.
- Para decirle lo que está pasando –respondió el gordo, muy lógicamente-. Quizás…
Pero antes de que pudiera aclarar su punto de vista, el resto de los pasajeros empezaron a abuchearlo y a insultarlo por su cruel sugerencia; sin embargo, todo este alboroto despertó al viejito.
- ¿Qué está pasando? –preguntó, consternado.
Al verlo despierto, todo el mundo calló súbitamente.
- ¿Qué está pasando? –repitió el viejito, alarmándose.
- Disculpe, señor, no está pasando nada, –le respondió una valiente azafata con una gran sonrisa-. Solo estamos atravesando un poco de turbulencia, así que le agradecería que se abroche el cinturón y que siga durmiendo.
Fin.
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