Mientras se quejaba por todo el papeleo que tenía pendiente, se dejó caer sobre el escritorio y, al hacerlo, tropezó el delicado reloj de arena que usaba como pisapapeles, el cual se cayó dando tumbos en el aire y se partió estruendosamente en mil pedazos al estrellarse contra el piso, esparciendo sus finos y dorados granos de arena por todo el estudio.
Fin.
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