- ¡Sigues viva! –bramó el hombre, abalanzándose sobre ella y besándola desesperadamente-. Pero, ¿cómo?, pensé que te quemarían en la hoguera.
- Recoge tus cosas, ¡rápido! –ordenó la mujer, casi sin aliento-. Tenemos que irnos cuanto antes de este pueblo.
- ¿Por qué? ¿Qué paso? ¿Cómo hiciste para que te perdonaran?
- No me perdonaron, tenemos que irnos –sentenció la mujer, caminando de un lado a otro de la casa mientras recogía sus pertenencias más importantes; pero al ver el rostro de perplejidad de su marido, añadió:- Justo antes de que encendieran la hoguera se me ocurrió amenazarlos.
- ¿Amenazarlos?
- Sí, les dije que si me quemaban me vengaría desde el infierno y haría que una lluvia de fuego cayera sobre el pueblo para que todos murieran de la misma forma que querían matarme: consumidos por las llamas.
- ¡¿Y te creyeron?! –le preguntó el hombre, boquiabierto.
- Sí, afortunadamente, -respondió la mujer, sonriendo pícaramente-. Claro, después de eso empecé a recitar las pocas palabras que sé de latín como si fueran una maldición hasta que, asustados, me pidieron que parara y que me fuera del pueblo sin hacerles daño.
- Bueno, no sé por qué me sorprende –concluyó el hombre, aliviado-. Si creyeron eso de que eras una bruja solo porque estornudas cada vez que mencionan a Dios.
- ¡Achú! ¡No lo menciones! –chilló la mujer-. Y no te quedes ahí parado, muévete, tenemos que irnos antes de que cambien de parecer y me convierta en otra mujer inocente quemada en la hoguera.
Fin.
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