Con la sangre que brotaba de la herida de su mano, intentó lavarse la marca, pero al verse en los restos del espejo que estaban esparcidos por todo el baño, sintió que había empeorado las cosas, porque ahora su rostro estaba ensangrentado.
Sin embargo, no podía parar su frustración, así que lloró hasta que el maquillaje se le corrió, se jaló tan fuerte de los pelos que se lo arrancó a mechones y apretó tanto los dientes que algunos se le partieron.
Poco a poco su aspecto de un lindo y divertido payaso que le había traído alegría y sentido a su vida con las sonrisas de todos los niños que se rían de sus chistes malos iba desapareciendo, para convertirse en lo que más había temido. Y todo por cambiarle su alma al diablo por hacer reír a aquel único niño, el mismísimo hijo del demonio, que nunca en su vida había reído hasta que vio a su padre engañar a un pobre payaso.
Fin.
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