- ¡¿Cómo que no vas a comer?! -vociferó su madre-. ¡Tienes que comer! ¡No has comido nada en todo el día!
- Pero no tengo hambre, mamá, no quiero comer -gritó el niño, enfurruñándose.
- ¡Tienes que comer, porque si no te enfermas! -lo amenazó su madre, acercándole el plato.
- ¡Pero, mamá! -protestó el pequeño, apartando el plato-. ¡Ya estoy enfermo!
- Bueno... Eh... ¡Por eso tienes que comer, querido! -le replicó su madre, acercándole el plato, después de hesitar por un momento-. Porque si no comes, no te vas a curar.
- ¡Pero, pero mamá! No tengo hambre, -reprochó el niño, apartando el plato-. Además, el doctor dijo que era incurable.
- ¡Ay mi amor! -clamó su madre, tropezando y dejando caer el plato de comida, al abalanzarse sobre su hijo para besarle la coronilla mientras que sus ojos se llenaban de lágrimas.
Fin.
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