- Por haberme liberado, -clamó una voz desde la nube de humo que había salido de la lámpara-. Te concederé tres deseos.
- ¿Tres deseos? -preguntó el anciano, cerrando mucho los ojos para poder ver al genio que aparecía, lentamente, a medida que se dispersaba el humo y polvo que lo rodeaba.
- Sí, tres deseos, sin límites ni restricciones, solo dime lo que deseas y se te será concedido.
El anciano, sentándose en el piso, se puso a pensar en todas las cosas que le gustaría pedirle al genio: una mansión, un vehículo nuevo, unas vacaciones por las Bahamas, etc. Sin embargo, cuando volvió en sí y miró a su alrededor, vio su preciada tienda, un retrato de su amada familia y, considerando lo feliz que era su vida, dijo:
- ¿Sabes, genio? No deseo nada.
- ¿Estás seguro de tu decisión?-le preguntó el genio, sorprendido-. Lo más probable es que más nunca puedas tener otra oportunidad como esta en lo poco que te resta de vida.
- Sí, estoy seguro. Si algo he aprendido en todos los libros que he leído, las historias que he escuchado y las películas que he visto, es que todos los deseos que se le hacen a los genios de las lámparas vienen con terribles consecuencia.
- Muy sabia deducción, pero estás errado. Verás, -comenzó a explicarle el genio al anciano, sentándose a su lado-. No es que todos los genios concedemos deseos con terribles consecuencias, si no que, al igual que las cosas materiales, todos los deseos tienen un precio que hay que pagar para obtenerlos. El problema es que los humanos, al desear, solo lo hacen pensando en las cosas buenas y positivas que traerían sus deseos a sus vidas sin tomar en cuenta la parte negativa y las consecuencias que acarrearían; porque cada deseo representa un cambio, usualmente drástico, a vuestras vidas y la mayoría no quiere cambiar su vida, si no que aspiran todos los beneficios de sus deseos en su bien conocida rutina. Esto, sin mencionar que olvidan la dualidad del universo y el balance entre bien y el mal, lo bueno y lo malo; es por eso que muchos, para no decir todos, se decepcionan de sus deseos y han creado tales historias nefastas sobre nosotros los genios.
- Entonces, todo es cuestión de considerar lo bueno y lo malo de lo que deseamos y aceptar los cambios que estos traigan-concluyó el anciano, pensativo.
- Sí. No hay trucos, ni trampas, solo cambios. ¿Entonces, sabiendo esto, cambiaste de parecer? ¿Te gustaría pedir tus tres deseos?
- No, gracias -sentenció el anciano, seguro de sí mismo-. Prefiero seguir mi vida y ser feliz con lo que tengo.
- Está bien, -dijo el genio, poniéndose de pie, pero, al ver la cálida tienda de antigüedades y el amistoso rostro del anciano, le preguntó: "¿Puedo quedarme?"
- Sí, sí, sí, claro quédate el tiempo que quieras -le respondió el anciano con una gran sonrisa.
Y desde entonces, el genio vivió en la tienda de antigüedades de su gran amigo y lo ayudó en todo lo que pudo, sin que éste nunca le pidiera ni deseara nada.
Fin.
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