Al principio, sintió que la corona se veía bien sobre su cabeza y que el trono era muy confortable y cómodo; sin embargo, unos segundos más tardes, al recordar todas las responsabilidades y deberes que sobrecaían sobre los hombros del rey, empezó a sentir cómo el asiento del trono se endurecía, tornándose muy incómodo, y que la corona pesaba tanto que le estaba provocando dolor de cuello.
Un minuto más tarde, el mayordomo se paró, rápidamente, del trono, se quitó la corona, la puso en su lugar y siguió limpiando la sala real, dejándola más reluciente que nunca.
Fin.
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