Yo una vez tuve una novia que era muy peculiar, y todos mis amigos me decían que ella era una perra mal agradecida, porque cada vez que le llevaba rosas, ella me las tiraba en la cara y me gritaba muy enfadada: “¡¿Cuantas veces tengo que decirte que a mi no me gustan las rosas?! ¡Eres un estúpido! ¡A mi me gustan son las orquídeas!” pero como yo la amaba, no me importaban sus desprecios y su ingratitud.
Hoy me enteré que ella murió ayer a causa de un infarto, por haberse enfadado con su novio actual; y para rendirle respeto a su memoria, asistí al entierro y le llevé un ramo de rosas a su tumba. Yo fui el único que se quedó hasta el final del entierro y vi, muy triste, como bajaban el ataúd y luego lo cubrían con tierra.
Antes de regresar a casa, coloqué el ramo de rosas sobre su tumba y mi ojo izquierdo soltó una única lagrima que expresaba mi tristeza; pero ese sentimiento quedó ahogado por la impresión que me causó ver el ramo de rosas elevarse en el aire desde la tumba y luego ser lanzado contra mi cara por una fuerza invisible.
Se me había olvidado otra vez...
Fin.
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