Un mañana, después de una tormentosa noche llena de gritos e insultos que son comunes en la vida marital, ella no se despidió de su marido antes de que se fuera a la estación y por lo tanto no le hizo prometer la acostumbrada promesa.
Ese día al rededor del medio día el teléfono repicó y cuando ella lo escuchó el alma se le cayó al suelo, el teléfono nunca antes había repicado tan temprano, y rápidamente toda la ira y resentimiento que sentía en contra de su marido desapareció y dio paso a un sentimiento de desesperación y culpa...
“¿Por qué no le he hecho prometerme que regresaría a casa con vida como siempre lo hago?” Se preguntaba ella en su mente mientras el teléfono seguía repicando, “¿Por qué...?”
Fin.
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