Cuando ya me faltaba muy poco para llegar a mi destino, la neblina se había espesado aún más y casi no podía no ver la carretera; pero seguí manejando a toda velocidad, y cuando bajé mi mirada un segundo para darle unos golpecitos a la radio que se había apagado misteriosamente y la subí para ver nuevamente la carretera, la vi...
Una mujer blanca como la nieve estaba parada con los brazos abiertos en medio de la autopista, confundiéndose entre la espesa neblina, con una larga cabellera dorada que le llegaba por la cintura y un camisón casi tan blanco como ella.
Muy asustado pisé el freno y cerré fuertemente los ojos esperando el impacto, iba conduciendo tan rápido que sabía qué por más que intentara frenar o esquivarla no lo lograría y que la atropellaría, la mataría...
Permanecí con los ojos cerrados por lo que parecieron horas, solamente escuchando el chirrido que producían los frenos al intentar detener el carro que iba a tan alta velocidad, esperando el sonido que produciría el golpe del cuerpo de la mujer contra mi carro; pero nunca sucedió y cuando el carro se detuvo por completo, la radio se prendió de nuevo y empezó a sonar tan fuerte que pegué un brinco en mi asiento y al abrir los ojos busqué algún rastro de la mujer mirando al frente y por los espejos retrovisores del carro; pero no vi ni rastro de ella y de la nada sentí la sangre helada y un frío terrible que me puso la piel de gallina; a pesar de que tenía la calefacción del carro encendida y sin pensarlo dos veces solté el pedal del freno y volví a pisar el acelerador a fondo...
Y esa es la historia que cuento cada vez que me preguntan por qué no me gusta manejar de noche cuando hay neblina.
Fin
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