- ¿Con quién hablabas, amor? -le preguntó su esposo, tan pálido como un fantasma.
- ¡Cariño! ¡¿Qué haces en casa tan temprano?! -chilló la mujer, exaltada-. ¡¿Hace mucho que llegaste?
- Hace tan solo un par de minutos, ¿con quién hablabas? -inquirió de nuevo, llevándose una mano a su pecho.
- ¿Qué?.. Ahh... con tu hermana, amor.
- ¿Y para dónde van? -la cuestionó, apretando firmemente el crucifijo que guindaba de su cuello.
- ¿De qué hablas? Para ningún lado, corazón, ¿qué tienes?
- ¿Y que fue todo eso de que se verían en el... en el Sa... -balbuceó, retrocediendo un paso al ver que su mujer se le acercaba.
- ¡El sábado! ¡Amor! ¡El sábado!, ¿no te acuerdas?
- ¡No! ¿De qué me debería acordar?
- ¡De la parrillada!
- ¿Parrillada? ¿Cuál parri...? -pero, antes de que pudiera terminar de hablar, su esposa, tan ágil como un gato, le sopló un misterioso polvo negro en la cara que lo dejó aturdido por un momento-. ¡Aaah! ¡La parrillada! ¡Lo había olvidado!... -añadió, relajándose y dejándose llevar por su amada esposa-. Claro, claro, la parrillada del sábado. Muchas gracias por recordarme, querida...
- De nada, amor, ¡qué harías sin mí, con tu mala memoria, ¿ah?!
Fin.
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