- ¡¿Querida, qué haces aquí?! -le preguntó Santa Claus al regresar a su estudio y encontrar a su esposa esperándolo, parada sobre el escritorio con los brazos cruzados y todo el maquillaje corrido por las lágrimas que corrían por su mejilla.
- ¿Me puedes explicar esto? -vociferó la Sra. Claus, mostrándole las cartas que tenía en la mano.
- ¿Esas cartas? Pues... -balbuceó Santa-. Pues esas cartas... esas son las cartas que me enviaron los niños con lo que les gustaría que les regale en navidad.
- ¿Ah, sí? -inquirió la mujer, bufando.
- Pues, sí, querida, verás... -respondió Santa, intentando apaciguarla.
- Entonces me quieres decir que... -gritó la Sra. Claus, desdoblando una de las cartas-, Melany, te escribió: “Querido Santa, Espero que lo que hicimos anoche no me ponga en la lista de chicas malas, porque a pesar de que en verdad fue algo muy, muy malo, yo lo disfruté mucho,y estoy segura que tú también, así que no puede ser tan malo si ambos lo disfrutamos”, ¿solo para pedirte un nuevo juguete?
- Querida, no es lo que piensas...
- O no, mira lo que Érica -continúo la furiosa Sra. Claus, sin dejar hablar a su marido-, te escribió: “Querido Santa, este año he sido una chica muy, muy mala, pero tú ya sabes esto porque ambos hemos sido malos juntos, así que no te voy a pedir nada, porque con tenerte a tí me basta”, para recordarte que no tenías que llevarle ningún regalo...
Pero antes de que la Sra. Claus pudiera continuar leyendo las otras cartas que le habían escrito a su marido, Santa salió corriendo de su estudio y, sin ni siquiera recoger sus cosas, abandonó su taller y el polo norte para siempre, y es por eso que, desde entonces, le toca a los padres comprar los regalos de navidad a su hijos.
Fin.
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