1112 - La Resurrección del Demonio.

La noche del 6 de junio, las puertas de la iglesia abandonada de un pequeño pueblo ruso chirriaron estruendosamente al ser abiertas por un joven que jalaba fuertemente de una soga y, por ellas, pasó un bellísimo gato negro que corrió por el pasillo central y, de un salto, se posó sobre el altar, justo debajo de una gran cruz de madera que colgaba del techo.

- ¡Apúrate! -apremió el gato, con una voz grave y gutural, al joven que jalaba con todas sus fuerzas de la soga-. ¡Se nos hará tarde!
- ¡Eso intento, eso intento! -jadeó el muchacho, al mismo tiempo que daba un gran jalón y, del otro extremo de la soga, una espléndida cabra blanca vestida de novia, con un velo blanco sobre sus cuernos y una larga cola de encaje, entraba por las puertas.

Amarrando la cabra frente al altar, el joven se dedicó a dibujar un círculo con sal marina alrededor de ellos y, luego, con arcilla roja, esbozó unos misteriosos símbolos dentro y fuera del círculo.

- Muy bien, -lo felicitó el gato-. Ahora vístete, ¡rápido!
- ¡Voy! -dijo el joven, quitándose toda su ropa hasta quedar completamente desnudo y descalzo para ponerse una túnica blanca con un capirote negro sobre su cabeza-. ¿Estás seguro que después de esto me cumplirás todos mis deseos? -le preguntó al gato, mientras se ponía unos guantes y unas botas de cuero negro.
- Sí, sí, sí, todo lo que quieras, pero apúrate, no queda mucho tiempo, se acerca la media noche, comencemos.

Sin decir nada más, el joven se paró frente al altar, junto a la cabra, y empezó a recitar unos cantos en una lengua irreconocible; a medida que cantaba, fue sacando muy ceremonialmente una hermosa daga de jade de un bolsillo secreto su túnica y levantó el velo del animal. Mientras que el gato veía todo con una chispa inapagable en sus ojos.

- Vamos... vamos... ahora, córtale la cabeza -susurró el felino, al ver como el joven le daba un gran beso en la boca a la cabra y acariciaba su pelaje con la filosa hoja de la daga.

Pero, cuando el joven alzó la daga en el aire para tomar impulso y decapitar a la cabra de un solo corte, qué era como debía llevarse a cabo el ritual; una fuerte ventisca azotó la iglesia abriendo todas sus ventanas y haciendo que la gran cruz de madera que guindaba sobre el altar cayera sobre él.

El joven, al ser aplastado, cortó accidentalmente la soga con la que mantenía amarrada a la cabra, que salió balando por el pasillo central de la iglesia, rompiendo y manchando su precioso vestido blanco.

Mientras tanto, el gato, enfurecido por todo lo que había pasado, sacó sus garras y rasguño el rostro del inconsciente joven hasta que descargó su ira.

- Me volviste a ganar, -bramó el animal, caminando dignamente por el pasillo central de la iglesia y, antes de salir, volteó la cabeza para ver la cruz que aplastaba al joven-. Pero algún día regresaré, eso tenlo por seguro.

Fin.

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