El niño, entristecido, obedeció, y el padre, preocupado, lo observó muy de cerca.
Un par de semanas más tarde, cuando el padre vio a su hijo acostado frente a la chimenea, escribiendo un maravilloso cuento fantástico, corrió enfurecido hacía donde él estaba, y arrancándole las hojas, plumas y tinta, las tiró a la chimenea para que ardieran lentamente, antes de ordenar al pequeño que fuera a alimentar a los animales.
El niño, aún más entristecido, obedeció, y el padre, aún más preocupado, y tal como lo había hecho su padre con él, lo observo muy de cerca, decidido a no dejarlo hacer ninguna otra actividad, que pusiera en riesgo la sucesión del negocio familiar.
Fin.
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