1377 - El Narciso y el Proletariado.

Se dice que el Narciso es una flor que solo crece cerca de orillas de ríos, lagunas o de cuerpos de agua, porque es tan vanidosa que le gusta pasar sus días viendo su hermoso reflejo en el agua. Y así floreció el Narciso de esta historia, al lado de un suave río que le permitía siempre admirar su extrema belleza. 

Nuestro Narciso que floreció en primavera, no se aburría de ver su reflejo en el agua y se veía tan hermoso que empezó a pensar que, al ser tan bello, debía merecer siempre lo mejor de lo mejor. 

Así que cuando la época de polinizar llegó, esto fue lo que pasó:

- Hola, hermoso Narciso, ¿me das permiso para tomar un poco de tu polen? -le preguntó una abeja que solía polinizar cerca del Rio-. Estoy seguro de que al ser tan bello, tú polen debe ser el más dulce de todas las flores de la pradera.
- Gracias por el halago, pero ¿tú quien eres? -le preguntó el Narciso con un tono petulante. 
- Mi nombre es Buzzzrzzzrr (milésimo tercero),  y soy una simple abeja obrera de la colmena que está en aquel árbol de allá. 
- ¡¿Obrera?! -exclamó el Narciso con asco.
- Sí, ¿Puedo tomar un poco de tu polen pare llevárselo a nuestra Reina para que...?
- ¿Estas loca, abeja? ¿Quien te has creído tú para tomar mi polen? -lo interrumpió el Narciso-. ¿No ves mi belleza? ¿No ves mi esplendor? El polen de esta hermosa flor es mucho para una simple abeja obrera. Si hay una abeja que puede tomar mi polen, esa sería solamente la Abeja Reina de tu colmena. Nadie más.
 - Pero hermoso Narciso, somos nosotras, las abejas obreras, las que nos encargamos de polinizar la flores. La Abeja Reina no puede dejar la colmena.
- Entonces nunca tendrán mi polen, porque no pienso dárselo a unas simples obreras.
- Pero bello Narciso, si no nos dejas tomar un poco de tu polen nunca podrás reproducirte y dejar un legado de hermosos narcisos como tú. 
- No me interesa, fuera abeja obrera, ¡fuera!

De esta forma el Narciso espantó a la pobre obrera, y pasó el resto de la primavera espantando a las centenas de abejas que se le acercaban pidiendo tomar un poco de su polen, porque el Narciso era tan hermoso que las atraía desde los lugares más lejanos. 

Así, que una tras otra, las abejas obreras eran rechazadas y el Narciso siempre se sentía muy feliz cada vez que corría a una abeja, porque eso lo hacía sentir más bello e intocable. 

De igual forma pasó el verano, corriendo a las abejas obreras que se le acercaban, pero cuando llegó el otoño y el Narciso empezó a notar en su reflejo que su belleza se estaba comenzando a opacar, se preocupó mucho, porque ni una sola Abeja Reina se había acercado a tomar un poco de su polen, así que no había podido reproducirse. 

- ¡Oh, no! ¡Si no me reproduzco pronto, mi belleza morirá durante el invierno y el próximo año no abran flores tan bellas como yo en el mundo! -se decía, cada vez que una hoja de su tallo se tornaba amarilla. 

De tal forma, a medida que pasaba el otoño y su belleza se esfumaba, el Narciso se empezó a desesperar y se arrepintió de lo mal que había tratado a las pobres abejas obreras. Así que la próxima vez que una abeja pasó cerca de él, este la llamo y le dijo: 

- ¡Abejita, ven! ¿No te gustaría un poco de mi polen? 
- No gracias -respondió la abeja cortante. 
- ¿Pero por qué? ¿No ves que soy hermoso? ¡Nadie nunca ha tomado un poco de mi polen, tú serías las primera, estoy seguro que te encantará!
- ¿Hermoso? -repitió la abeja en tono burlón-. ¿Acaso no has visto tu reflejo? ¡Te estás secando! ¡Ya ni polen debes tener! Hasta luego.
- ¡Espera, abejita, espera!

Pero la abeja no regresó, y lo mismo pasó durante el resto del otoño con las cientos de abejas que pasaron cerca del Narciso, todas lo rechazaron porque se estaba secando. Hasta que finalmente el invierno llegó y el Narciso murió de frío. 

Fin.

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