De tal forma, un par de semanas más tarde, cuando el jovencito expresó sus deseos de volverse monaguillo de la iglesia, el Padre lo aceptó inmediatamente.
El jovencito hacía su trabajo de monaguillo de forma impecable, además estudiaba la biblia y cada vez que podía se inmiscuía en los asuntos de la iglesia para ayudar al Padre. Así que un domingo, después de misa, no fue una sorpresa cuando el jovencito se acercó al Padre y le dijo:
- Padre, me gustaría poder ayudarlo aún más, ¿hay alguna forma en la que pueda hacerlo?
- Hay una -respondió el Padre, pensativamente-. Pero no estoy seguro si estás listo para eso, porque es una gran prueba de fe.
- ¡Sí lo estoy, Padre! ¡Pruébeme!
- ¿Estás seguro?
- ¡Sí, Padre! ¿De qué se trata?
- No puedo decírtelo, -dijo, mirando el reloj-. Pero si quieres hacerlo, prepárate que se hará tarde.
- ¿Qué? ¿Ahora?
- Sí, ahora -respondió el Padre-. Si te animas, te veo en cinco minutos en la parte trasera de la iglesia.
El jovencito, ni siquiera dudó y, emocionado, se cambió su traje de monaguillo rápidamente para irse a encontrar con el Padre.
En la parte trasera, el Padre lo esperaba montado en su camioneta.
- ¿Iremos a algún lado? -preguntó el Jovencito.
- Sí, ¿estás preparado?
- Sí, -respondió el jovencito, montándose en la camioneta-, ¿esto forma parte de la prueba de fe?
- Sí, lo que me recuerda, -dijo el Padre-, esto tiene que queda en secreto, nadie puede saberlo, ¿entendido?
- Está bien... -balbuceó el jovencito, sintiéndose un poco extraño por toda la confidencialidad del Padre-. ¿A dónde vamos?
- Ya lo verás.
Inmediatamente se pusieron en marcha, y tras varios minutos de viaje, el jovencito empezó a ponerse más y más nervioso, porque notó que se estaban dirigiendo a la parte más peligrosa y fea de la ciudad, además, el Padre se mantuvo en silencio durante todo el trayecto, aprovechando cada luz roja que de los semáforos para mirarle y sonreírle.
- ¿Estás seguro de esto? -le preguntó el Padre, cuando finalmente estacionó la camioneta en una calle desierta abarrotada de montones de basura.
- Ya no estoy tan seguro -respondió, el Jovencito, tragando en seco.
- No tengas miedo, estás conmigo -trató de calmarlo el Padre, agarrándole la mano y apretándosela fuertemente.
Los dos se bajaron de la camioneta y, al ver lo nervioso que estaba el jovencito, el Padre le ofreció su mano, la cual este tomó inocentemente y caminaron por la calle abandonada.
- ¿De qué trata la prueba? -preguntó el jovencito, aterrado, mirando a toda su partes.
- Ya lo verás -respondió el Padre-. Pero antes tienes que volver a prometerme en nombre de Dios que no le dirás a nadie y que será un secreto entre tú y yo, porque si la gente se entera, podríamos tener problemas.
- ¿A dónde vamos? -preguntó el Jovencito que se había puesto muy pálido.
- Allí -respondió el Padre, señalando con su dedo el sucio y desaliñado edificio que estaba al final de la calle, el cual tenía un aviso medio caído que indicaba que era un Motel.
Al ver esto, el Jovencito, intentó soltarse de la mano del padre, pero este no lo dejó, al contrario, le apretó fuertemente la mano y lo jaló para detenerlo con su cuerpo y abrazarlo.
- No tengas miedo, todo va a estar bien -le susurró al oído.
Pero el Jovencito, aterrado, usó toda su fuerza y, zafándose del abrazo del Padre, huyó corriendo por la calle.
Segundos después, un hombre vestido de mujer salió del motel y viendo al jovencito desaparecer a la distancia se acercó al Padre y le dijo:
- Otro que huye, ¿eh?
- Sí, -respondió, decepcionado-. Ya no sé qué hacer para traer voluntarios a esta zona, Jesús no discriminaba a nadie, él era amigo de todos: pobres, prostitutas, pecadores, ¡de todos!
- ¡Vamos, Padre! No se culpé a usted, es la sociedad -dijo la mujer, dándole una palmaditas en el hombro-. ¿Vamos a dentro? -le preguntó, al ver que el Padre estaba sumido en su gran decepción- Todas estamos esperando la palabra de Dios y el sermón de esta semana.
Fin.
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