- ¡Oh! Porque jugar conmigo es como jugar con una gatita, ¡Grrr! -respondió, haciéndome un ademán con su mano y mostrándome sus largas, estrambóticas y afiladas uñas- ¿Quieres que te lo demuestre?
Cautivado por su hermosura y gracias al par de whiskeys que tenía encina, acepté su propuesta y maté mi curiosidad; solamente para despertar sólo, al día siguiente, en la cama de aquel motel barato con la espalda llena de rasguños y mordiscos.
Fin.
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