- ¡Ay! ¡Arde! -le reclamó la chica al animal; pero cuando le dirigió la mirada, su sangre se heló y sintió un escalofrío en todo su cuerpo al ver que el gato se estaba lamiendo, con gusto, la zarpa con la que la había atacado, donde yacía una pequeña gota de sangre.
Asqueada y horrorizada, la chica siguió con su día tratando de olvidar el incidente y, al anochecer, cuando llegó a casa, se encontró que esta estaba rodeada por decenas de policías que fueron a buscarla para ponerla presa porque una chica, con las misma descripción física que ella, había robado 1.000.000 de latas de sardinas del supermercado.
Fin.
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