Al amanecer, me monté en un camello y me adentré en el desierto, usando la gran pirámide que se levantaba a mi horizonte cómo guía, al principio, a medida que marchaba hacía ella, sentí que me acercaba a mi destino con cada paso que daba mi animal, pero luego, sin importar cuantas horas marchara, la gran pirámide se veía más lejos que nunca.
Después de varias semanas de viaje, mi camello se murió deshidratado, y yo tuve que seguir mi viaje solo, más lento, porque ahora en vez de avanzar sobre cuatro patas, marchaba sobre mis dos pies; aunque habían dias en los que no me detenía, podía caminar todo el día sin sentir sed, ni hambre; pero a veces el sol y el calor me jugaban bromas pesadas, porque me hacían alucinar y ver, como en la gran pirámide que se levantaba a mi horizante, se abria un gran ojo para verme y mantenerme vigilado todo el tiempo.
Ahora que han pasado años desde que me perdí en el desierto, sigo marchando hacía la gran pirámide que todavía se ve a lo lejos; pero cada día con más ansias de llegar a ella, porque ahora, entre tantas aluciones, quiero comprobar yo mismo, si ese gran ojo que, a veces, veo, está, o no, fijado en las rocas amarillas de esa gran estructura que guia mis pasos.
Fin.
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