Cuando vio, a lo lejos, al oso que sería se presa, cargó su arma y se fue acercando muy sigilosa y silenciosamente hacía él, sin que el animal se diera cuenta de su presencia. Al llegar cerca del animal, colocó su dedo sobre el gatillo, cerró un ojo para apuntar mejor, y aguantó la respiración; pero un segundo antes de que puediera disparar su arma, un rugido procedente de su espalda lo sorprendió, otro gran oso se alzaba sobre él y dándole una gran zarpada en el pecho lo mató.
El oso, muy contento, regresó a su cueva arrastrando su premio, y después de una larga noche, pudo exhibir en su pared, la cabeza disecada del amateur cazador cazado.
Fin.
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