- Lo siento señor, me equivoqué al graduar la temperatura - murmuró su asistente por lo bajo.
- ¡Eres un inútil! - le gritó el Diablo, botando fuego por la boca - primero, le das un día libre a los torturadores, luego, arruinas los instrumentos de torturas, ¡¿Y ahora esto?¡
- Lo si-siento, señor-ñor - titubeó su asistente.
El diablo no le dijo nada más y se lo quedó mirando muy fijamente, sospechando, si éste nuevo asistente no habría sido enviado por su gran y único enemigo para arruinar las cosas allá abajo; pero después de un largo rato, y de asegurarse a sí mismo, que Dios sería incapaz de hacer semejante cosa, soltó un bufido y le ordenó a su asistente a que fuera a ponerle clavos a la escalera del infierno para que los pecadores se puyaran los pies al bajar.
Mientras tanto, en el cielo, Dios se reía a carcajadas de lo que pasaba en el infierno, y le dijo a San Pedro:
- ¿Estás viendo Pedro? Jajaja ¡Te dije que nunca se iba a dar cuenta!
- Pero eso va en contra de sus valores, Señor - dijo Pedro, frunciendo el entrecejo.
- ¡Ay Pedro, Pedro, en el amor y en la guerra no hay valores, allí todo se vale! - dijo Dios, ordenándole, telequinéticamente, a su espía, que clavara completamente los clavos en la escalera del infierno, para que ningún pecador resultara herido al bajarla.
Fin.
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