- ¿Cuál es tu secreto? ¡Dime! ¿Cuál es tu secreto?
- ¿Mi secreto?
- ¡Si! ¡Tu secreto! ¿Es tu varita? - siguió preguntando el niño, muy hiperactivamente - ¿Tu sombrero? ¿Tu capa? ¿Cual es tu secreto? ¿Cómo haces para hacer magia?
- Querido niño - empezó a decir el mago - mi secreto no reside ni en mi varita - dijo dándole la varita al pequeño - ni en mi sombrero - continuó , quitándose su sombrero y poniéndoselo sobre la cabeza al niño - ni mucho menos en mi capa - siguió diciendo, mientras le ponía su capa sobre los hombros al pequeño - el secreto de la magia es creer.
- ¿Creer? - inquirió el niño, arrugando la nariz.
- Si, mientras creas en la magía, ésta se hace realidad ¡Mira!
Haciendo un ademán con sus manos, el mago hizo aparecer, de la nada, una roja y brillante manzana.
- Toma, te la regalo.
- Gracias - dijo el niño, tomando la manzana entre sus manos con los ojos muy abiertos - ¿Es de verdad?
- Si, muérdela, y cuando la pruebes te darás cuenta que es la manzana más dulce y deliciosa que hayas probado en tu vida, porque es una manzana mágica.
- ¡Mmmnnn! ¡Está deliciosa! ¡Gracias señor mago!
- De nada, pequeño, ahora devuelveme mi varita, mi sombrero, mi capa y regresa con tus padres, que deben de estar preocupados.
- Si, señor, mago, y no se preocupe, su secreto está a salvo conmigo, ¡No se lo diré a nadie! - dijo el niño, antes de salir corriendo del camerino del mago.
Un par de minutos más tarde, del sombrero del mago salió un conejo gris, que, sosteníendo entre sus patas una zanahoría, se quedó mirando muy fijamente al mago, juzgandolo.
- ¿Qué? - le preguntó el mago.
- ¿No te da vergüenza? ¿Mentirle a ese pequeño? - le preguntó el conejo muy seriamente.
- No - respondió el mago sonriendo.
- ¿Cómo puedes dormir en las noches?
- Eso si no puedo decirtelo, porque ese es el mejor secreto que guardamos nosotros los magos.
Fin.
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