792 - La estatua de hierro.

Cuando salí de la escuela, vi que uno de mis alumnos más debiles estaba sentado en frente de la estatua de hierro del fundador de la escuela, observándola con una mirada triste y vacia, así que me acerqué a él, preocupado.

- ¿Observando la estatua, eh? -le pregunté amistosamente.
- Sí -me respondió con un suspiro.
- ¿Pasa algo?
- No, nada, es solo que a veces me gustaría ser de hierro como esta estatua -me dijo con un tóno meláncolico.
- ¿Para qué?
- Para que nadie pueda doblegarme, y yo pueda mantenerme siempre de pie, rígido y fuerte.
- Ah, pero hasta esta estatua puede ser doblegada.
- ¿Cómo? -me preguntó consternado.
- Mira -le dije, sacando de mi bolsillo mis llaves con un llavero de aluminio de la estatua del fundador en miniatura y mi encendedor; luego, coloqué el llavero sobre el piso en la misma forma en que estaba la estatua, encendí el encendedor y lo acerque a sus rodillas.
- No entiendo.
- Mira -le repetí. Después de unos instanstes, el fuego del encendedor empezó a cumplir su función y derritió poco a poco las rodillas de mi llavero, haciendo que la miniatura de la estatua del fundador se doblegara y cayera desplomado en el piso; mi alumno me miró sorprendido-. ¿Entendiste? -le pregunté, creyendo que había demostrado tan bien lo que quería decirle al pequeño que no necesitaba explicación.
- ¡Si, si, si! ¡Muchas gracias! -me respondió con una sonrisa en sus ojos, al mismo tiempo que agarraba sus cosas y salia corriendo de la escuela.

Al día siguiente, no se imaginan cuanto me arrepentí de no haberle explicado mi punto al pequeño, cuando sonó la alarma de incendios en la escuela, porque él había encerrado a todos los demás alumnos que se habían burlado de él en el gimnasio y les había prendido fuego vivos.

Fin.

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