Los días más calurosos de verano convertían el patio trasero de Marcos en un jardín mágico, porque tan pronto su papá encendía los rociadores, este se llenaba de miles y miles de arcoíris que hacían a Marcos creer en la magia; a pesar de que él sabía, muy bien, la explicación científica de que todo se debía a la refracción de la luz en las gotas de agua que arrojaban los rociadores.
Fin.
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