Allí, en el centro del caldero vacío, reposaba una pequeña piedra cristalizada de color escarlata que brillaba a pesar de la oscuridad del laboratorio.
- ¡Al fin! -se regocijó el Alquimista, agarrando la piedra y sintiéndose revitalizado, al apretarla fuertemente en su mano-. ¡Es mía! -gritó, y el júbilo e incredulidad de que el experimento había funcionado se notaban en sus ojos brillantes.
Sin embargo, después de unos minutos de vítores, se dejó caer al suelo conmocionado.
- ¿Y ahora qué? - se preguntó, sosteniendo la brillante piedra frente a sus ojos-. ¡Nunca pensé que el experimento funcionaría! ¡De todos los grandes alquimistas que han intentado y fallado encontrarte, no puedo creer que yo lo haya hecho! Ahora... ¿qué voy a hacer contigo?
Ciertamente, el alquimista nunca había pensado en eso, su búsqueda por la piedra filosofal era algo más de genuina curiosidad que del poder y beneficios que la piedra le podría traer a su vida. Pero ahora que la tenía en sus manos, frente a sus ojos, sus intenciones habían empezado a cambiar.
- ¡Ya lo sé! Convertiré todos mis metales en oro, ¡Seré rico! Incluso más que mis más ricos amigos -gritó el alquimista-. También, como tendré vida y salud eterna, no tengo que preocuparme por dietas ni esforzarme mucho por nada, la piedra me mantendrá joven y fuerte -añadió-, ¡Y hasta podría convertirme en presidente o regente del mundo! Así podría vengarme de todas las personas que me han subestimado y tendré a cientos de mujeres a mis pies -continuó el alquimista-. ¡Oh! Y también podría...
Pero antes de que el alquimista pudiera pronunciar otra palabra, la piedra se esfumó de sus manos frente a sus ojos.
Fin.
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