- La próxima vez que alguien te moleste, hijo, abrásalo.
- ¿Qué lo abrace, papá?
- Sí, que no te de miedo, dirígete directamente a quien te esté molestando y abrásalo.
- E-e-está bien, papá -titubeó el pequeño.
- Toma, este es mi encendedor de la suerte, llévatelo mañana a la escuela y resuelve este problema de una vez por todas.
- Gracias, papá -dijo el niño, guardándolo en su bolsillo.
Al día siguiente, el padre, arrepentido del consejo que le había dado a su pequeño, espero nervioso una llamada de la escuela o ver una noticia en la televisión en la que informaran que su hijo se había convertido en un criminal.
Sin embargo, cuando el niño llegó de la escuela, corrió hasta donde estaba su padre y lo abrazó fuertemente.
- ¡Gracias por el consejo, papá, funcionó!
- ¿Sí? -inquirió el padre, confundido.
- Sí, papá, hice tal como lo dijiste, cuando el otro niño de la escuela empezó a molestarme, agarré el encendedor que me diste en mi mano para que me diera suerte y, sin sentir miedo, abrí los brazos y le di un abrazo...
- ¿Un abrazo? -lo interrumpió el padre, perplejo.
- Sí, papá, como me aconsejaste, -continuó el niño, muy emocionado-, le dí un gran abrazo y no lo solté hasta que me jurara que seríamos amigos, y ahora somos amigos, papá, ¡Muchas gracias!
- De nada, hijo, de nada -balbuceó el padre, dándole unas pequeñas palmaditas en la cabeza y sintiendo un gran alivio.
Fin.
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