- Sí puedes, tú estás más que preparada para esto -le aseguró el enmascarado, acariciando el rostro de la joven con el filo de la daga que tenía en la mano.
- No, no puedo -refutó-. ¡Te amo!
El maestro se quedó congelado por unos segundos. Luego, lentamente, se quitó la máscara y se bajó la capucha. Mirando a su alrededor, vio el circulo que sus otros veinte discípulos formaban agarrados de la mano entornó a él y se aseguró que todavía todos estuvieran en trance.
- ¿Qué dices? -le preguntó el Maestro a la joven, agarrándola fuertemente por los hombros.
- Yo no amo a Dios, te amo a tí, tú eres mi Dios.
- ¡NO! -gritó el maestro, zarandeándola, mientras que ella empezó a reír desquiciadamente.
Un minuto más tarde, el maestro cansado, cayó sobre sus rodillas y a su lado la daga. Ahora él también había empezado a reír frenéticamente.
- El mundo va arder, -dijo el maestro entre sus carcajadas-. Ahora no hay nadie que pueda detener el Apocalipsis.
- ¡No digas eso! -refutó la joven-. Sí alguien puede salvar el mundo eres tú, maestro, mi Dios -agregó, arrodillándose a su lado y recogiendo la daga para dársela en las manos a su maestro-. Sacrifícame, sacrifícame, salva al mundo y conviértete no solo en mi Dios, si no en el Dios de todos.
- No, no puedo hacer eso -sentenció el maestro, rechazando la daga-. Yo también te amo.
Y dándole un beso apasionado, se fundieron en un abrazo segundos antes de ser devorados por las llamas del Apocalipsis.
Fin.
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