Así, a tan sólo una semana de su cumpleaños, José pidió una mascota y, tras rogar, llorar y patalear, sus padres decidieron darle un perrito como regalo de cumpleaños.
- ¡Se va a llamar José! -dijo el niño emocionado, cuando recibió el perrito.
- Pero, hijo, ¿igual que tú? - le preguntó la mamá confundida.
- Sí, quiero que se llame como su padre -mintió José, sonriendo macabramente.
Desde entonces, cada vez que su mamá lo llamaba: "¡José! ¡José! ¡Ven acá, rápido!" El niño la ignoraba y seguía jugando como si nada.
Cansada de llamarlo, cuando su mamá lo iba a buscar preguntándole entre gritos si estaba sordo y por qué no respondía a su llamado, José solo se limitaba a alzar los hombros y responder: "Disculpa, mamá, pero pensé que era con mi perro."
Al tercer día de pasar esto, a la mamá de José se le ocurrió una brillante idea y, tras llamar: "¡José! ¡Ven acá! ¡José!" sin obtener respuesta, agarro al perro y lo metió, vivo, en una olla de agua hirviendo.
Al escuchar los aullidos y ladridos de dolor del perro, José fue corriendo a la cocina y, encontrando a su madre en el acto, le preguntó con ojos llorosos y confundidos:
- ¡¿Qué haces mamá?! ¡¿Por qué le haces eso a mi perro?!
- Porque tengo media hora llamando: "¡José! ¡José! ¡José!"
- Pero mamá, yo pensé que era con el perro.
- Si, era con el perro -respondió su madre fríamente.
- ¿Y entonces...?
- Pues, como nunca obedeció, me cansé de llamarlo así que fui a donde estaba, lo agarré y lo metí en la olla de agua hirviendo para que aprenda su lección. Y eso es lo que voy a hacer, de ahora en adelante, con todo aquel que me desobedezca -puntualizó la madre muy seriamente y, desde ese día, José, aterrado, huyó de casa y más nunca fue visto por sus padres.
Fin.
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