La hija del cura era muy peculiar, a ella le gustaba jugar; pero al mismo tiempo defendía fervientemente sus creencias, y es por eso que todos los hombres del pueblo habían sido avergonzados por ella, porque cuando se la llevaban a la cama y le levantaban el hábito, se encontraban con un cinturón de castidad de plata y antes de que pudieran decir o hacer nada ella gritaba muy indignada:
- ¡Pecador! ¡Te quemarás en el infierno, pecador, por tratar de aprovecharte de una persona inocente como yo!
Fin.
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