¡Oh sí!
Que bien se sentía golpear vagabundos, robar coches y violar mujeres indefensas; porque, con cada uno de sus gritos pidiendo ayuda, me hacían sentir fuerte y poderoso al tener sus vidas en mis manos como si fuera Dios.
Hasta que me desperté, apagué el televisor en el cual todavía estaban pasando aquella vieja película de Kubrik, y me dí cuenta que seguía siendo el mismo perdedor de siempre.
Hasta que me desperté, apagué el televisor en el cual todavía estaban pasando aquella vieja película de Kubrik, y me dí cuenta que seguía siendo el mismo perdedor de siempre.
FIN.
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