Todos en el cuartel se preguntaban como el sargento, al ser tan feroz, había logrado encontrar el amor. Porque nadie sabía que, al llegar a casa, el sargento dejaba a un lado su uniforme y, entre gemidos y señas, como si fuera un cachorrito, le pedía a su esposa un tecito caliente para aliviar su irritada garganta de tanto gritar.
Fin.
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