Sin ni siquiera sentir dolor, se hizo un profundo corte en su mano derecha con su navaja y bañó de sangre el pomo de la puerta, el cual empezó a arder en un brillante fuego rosáceo. Lo más difícil estaba hecho, así que cortarse todo el pelo y la barba con la misma navaja, y rasgar toda su ropa hasta quedar desnudo le pareció fácil.
Tanto su cabello como sus ropas las echó al fuego, que consumió todo en cuestión de segundos, cambiando de color y apagándose al haber transformado en ceniza el sacrificio presentado.
Se escuchó un click y la puerta se abrió, así que el hombre, temblando, la empujó lentamente y entró en aquel pequeño cuarto que no parecía en nada una biblioteca, porque no tenía ningún estante, ni mesas, ni sillas. Solo tenía un atrio en el centro, donde reposaba un gigantesco libro y, casualmente, caía un misterioso rayo de luz que lo iluminaba.
Un poco decepcionado de que todo el conocimiento del mundo se resumiera en un solo libro, el hombre se acercó a él y lo examinó de cerca, no tenía título y la tapa estaba hecha de un material que parecía la piel de un reptil, pero de color rojo.
Sin poder aguantar su curiosidad, abrió el libro y se sorprendió al encontrar que las páginas estaban casi en blanco, a no ser por un peculiar ojo que se encontraba en el centro de las hojas, mirándolo directamente a los ojos. Incrédulo,volteó las páginas apresuradamente, pero en todas se encontraba el mismo, que parecía saltar de una hoja a otra al ser volteadas, porque desaparecía de las páginas a medida que les iba dando la vuelta.
- ¡Qué tonto fui! -gritó, desesperado, cerrando el libro tan bruscamente que levantó una cortina de polvo.
Al fin se había dado cuenta porque, a pesar de todos los años de búsqueda, le había resultado tan fácil localizarla y burlar a todos para poder llegar hasta ella. Pero, en su desesperación miró a su alrededor y se dio cuenta de que en su éxtasis por haberla encontrado, no se había percatado de los cientos de esqueletos humanos que reposaban pegados a las paredes y, algunos, alrededor del atrio.
Aterrado, corrió a la puerta pero, antes de que pudiera alcanzarla. esta se cerró de un portazo y más nunca se volvió a abrir.
Fin.
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