Un día, cuando los mafiosos más peligrosos de la ciudad robaron el banco, el joven policía, quien estaba cerca del lugar de los hechos y presenció cómo los maleantes escapaban en un coche rojo, confiado de su superpoder, se paró en medio de la carretera, alzó la mano estirada y gritó: "¡Alto!" para que los ladrones detuvieran su auto y fueran apresados por la autoridad.
Sin embargo, los malhechores no consideraron ni por un segundo detenerse y, en cambio, pisaron más fuerte el acelerador del vehículo, arrollando a toda velocidad al joven policía.
Y fue en ese momento, segundos antes de su muerte que, tirado en el caliente pavimento y bañado en su propia sangre, descubrió que la autoridad no brinda ningún superpoder.
Fin.
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