Escuché el sonido del gatillo y cerré los ojos fuertemente esperando a que detonara el arma y me volara los cesos; pero no pasó, mi asaltante había olvidado de cargar debidamente su arma, y aprovechando la oportunidad, me zafé de sus brazos con una voltereta y le quité el arma de sus manos, los papeles se habían invertido, ahora era yo quien tenía el arma y le apuntaba a la cabeza, cargué debidamente el arma, puse mi dedo sobre el gatillo y lo miré a los ojos pregúntandome a mi mismo, si yo, un hombre de bien, era capaz de presionar el gatillo y volarle los cesos justo como él hubiera volado los mios si su arma hubiera estado debidamente cargada hace un par de segundos atrás.
Fin
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