Soltó, con asco, la espada con la cual le había atravesado el pecho a su enemigo: y dejando al hombre, moribundo, tirado en el piso, se dio la vuelta para regresar a su carruaje.
- ¡Señor, su espada! - Le dijo su segundo.
- Esa espada ya no sirve - dijo con tono altivo - porque está llena de sangre de ese mongrel; mañana compraré una nueva.