Por el otro tenía a la otra mitad de mis amigos diciéndome: “Si te pones la vacuna, ¡te mueres!”
Así qué, confundido, porque ambas opciones conducían a mi muerte, tomé una moneda y la arrojé al aire para que el destino decidiera como me mataría la vacuna, y mientras la veía girar entendí que la decisión más inteligente era que, a pesar del resultado, dependiendo de con cuál mitad de mis amigos me encontrará, tenía que seguirles la corriente sobre su opinión de la vacuna mortal si quería mantenerlos.
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Fin.
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