Estaba montado en un potro que corría sin freno hacía la meta final, cuando recordé como en mis días de juventud salía a cabalgar por el monte hasta llegar al huerto, donde solía recoger una flor de delicioso aroma, me detenía a mirar las nubes y acicalar el cabello de mi corcel, y recordé, también, que cuando regresaba a la ciudad, lanzaba una moneda a la fuente de la plaza, donde siempre me encontraba a una mujer de piel amarilla como un membrillo, a la cual yo saludaba quitándome el sombrero, pero ella siempre me ignoraba, porque yo nunca había aparecido en el periódico y esa era la clase de hombre que a ella le gustaba, que se hubieran presentado en grandes teatros y que fueran famosos, porque ella quería vivir a lo grande, en un edificio tan alto que tocara el cielo; pero luego volví a la realidad al escuchar al público aclamar mi nombre por haber ganado la carrera y luego me tomaron una foto que saldría en la primera plana del diario vespertino, y me pregunté si aquella dama se acordaría de mi al ver mi rostro en la portada del periodico.
Fin.
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