Extrañado, tomó una bocanada de aire y, cuando exhalo, notó que sus pulmones estaban trabajando de maravilla. Muy emocionado, se levantó de un brinco sobre las suaves y esponjosas nubes de algodón, quedándose pasmado al sentirse tan vigoroso y al descubrir que su cuerpo ya no era pálido ni huesudo.
Mirando sus manos con asombro, se percató que a su lado había un televisor gigante y una gran pila de videojuegos; pero, cuando se acercó a ellos y vio su reflejo en la pantalla, se fijó en las dos majestuosas alas blancas que nacían desde su espalda y se quedó pensativo por un momento.
Primero, pensó en ponerse a jugar, porque ahí estaban todos los juegos que siempre había querido; luego, consideró salir volando y surcar los cielos; sin embargo, cuando notó que sus problemas respiratorios se habían acabado, se olvidó de todo y empezó a correr y a correr como un caballo libre por la pradera.
Corrió entre las nubes, saltando de una a otra sin detenerse, riendo, feliz, sintiendo el viento golpearlo dulcemente en la cara, mientras le daba la vuelta al mundo sin ni siquiera perder el aliento; hasta que la escuchó.
El llanto de su madre había llegado a sus oídos y, sin pensarlo dos veces, corrió a su lado y saltó sobre ella, dándole un fuerte abrazo.
- ¡Muchas gracias, mamá! -le dijo, a pesar de que sabía de qué no podía escucharlo-. Muchas gracias por cuidarme y protegerme, tanto, durante todos estos años; pero ahora es mi turno, ahora yo te protegeré y te cuidaré, porque siempre estaré aquí, a tu lado -añadió, besando sus lágrimas-. Así que no llores por mí, vas a estar bien, ¿y sabes por qué?, porque, finalmente, yo lo estoy.
Fin.
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