- ¡Hey Jim! ¡Encontré una!
- ¡Yo también! -gritó su amigo y los dos hombres compartieron una mirada de emoción y satisfacción, porque ambos habían dedicado toda su vida a buscar oro en aquel frío y sonoro río.
De regreso a casa, los dos hombres solo hablaron de lo suertudos que habían sido al encontrar esas pepitas de oro y que de ahora en adelante sus vidas cambiarían drásticamente. Sin embargo, cuando sus caminos se separaron, Jim guardó su pepita en el bolsillo de su camisa y al llegar a casa, antes de poder darle la gran noticia su familia, sus dos hijos saltaron sobre él para que jugara con ellos y, cuando finalmente logró acostarlos a dormir, terminó de pasar la velada escuchando las anécdotas que le tenía esposa, quien lo esperaba con la cena calientita sobre la mesa.
Al día siguiente, Jim regresó al río y al escuchar a los demás compañeros hablar de que su amigo había vendido su pepita por una gran suma de dinero, que había abandonado el pueblo y que se había mudado a una gran ciudad, recordó la pepita que él también había encontrado y que tenía guardada en su bolsillo.
Saliéndose del río y sentándose a sus orillas, Jim tomó la pepita entre sus manos y, luego de quedarse con la vista fija en ella por unos segundos, la lanzó de regreso al agua.
Fin.